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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Hace ya más de una semana que intento comprender qué pasó con nuestro fiscal. Y concluyo: los que imaginan que comprenden algo están limitados. Es imposible comprender algo. Sólo cuando digo que todo es incomprensible, estoy lo más cerca posible de comprender la única cosa que nos es dado comprender.
Nada es más fuerte que el porqué, nada está por encima del por qué, porque existe al final un porqué sin respuesta posible. En efecto, de por qué en por qué, de escalón en escalón, se llega al extremo de las cosas. En tanto podamos responder al porqué, nos vamos perdiendo, nos vamos extraviando en las cosas.
Del: ¿por qué esto? ¿Por qué lo otro? Y de explicación en explicación llegamos al punto donde ya no se obtiene ninguna explicación, al punto donde verdad y mentira son equivalentes, se hacen iguales, se identifican y anulan recíprocamente.
En este proceso, mejor: al final del proceso, cualquier acción, cualquier elección, cualquier historia, está justificada por una anulación definitiva. El porqué lo supera todo, nada supera al porqué, luego surge la nada y, finalmente, el silencio.
Y en el silencio vuelve a estallar la pregunta sin respuesta, el último porqué, que es como una luz cegadora que lo borra todo y ya no se puede distinguir nada, ya no hay nada que distinguir. Este porqué que anula la verdad y la mentira nos predice que nada de lo que ya ha sucedido o de lo que va a suceder, nos vaya a sorprender. Es como si ya todo estuviera detrás, como si hubiera huido. El resultado, así, no tiene ya sentido, no tiene contenido, y el relato se parecerá a una catarata de respuestas falsas e inútiles.
No comprendo…