Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. El primer discurso presidencial de Donald Trump fue descrito con la palabra “moderado”. ¿Fue verdaderamente un discurso moderado? El término parece usado, en este caso, con un sentido diferente al que se le asigna en la política. Desde las primarias, todas sus apariciones estuvieron plagadas de desmesuras agraviantes y desorbitadas. Resulta lógico, entonces, que se esperara otro espectáculo extravagante, cargado de gesticulaciones grotescas y afirmaciones escandalosas. Nada de eso ocurrió.
El primer discurso de Trump al Congreso fue también su primer acto sin estropicios. Pero eso no implica que haya sido “moderado”. Lo que sí hubo fue una apertura hacia el Partido Republicano. Hasta ahora, se había colocado por encima de la fuerza política de la que fue candidato y había criticado a su dirigencia.
En un giro notable, Trump le abrió sus brazos al partido de los conservadores. No obstante, en el centro del discurso hubo una fobia y una utopía. Y ni fobias ni utopías tienen que ver con el significado de la palabra “moderado” en política.
Trump volvió a demonizar a los inmigrantes y planteó una propuesta claramente segregacionista: la creación de una Oficina de Asistencia a la Víctima de Crímenes Cometidos por Inmigrantes Indocumentados.
¿Qué diferencia entre sí a las víctimas los crímenes? ¿Por qué se diferencia de las otras víctimas, a la que sufrió el crimen cometido por un inmigrante indocumentado? Si a los asaltos, hurtos, estafas, violaciones y asesinatos, etcétera, los cometen personas de todas las condiciones, incluidos los norteamericanos de ascendencia anglosajona y con documentos de ciudadanía, ¿qué diferencia a las víctimas de aquellos crímenes cuyos autores son inmigrantes indocumentados?
Dos objetivos en el discurso de Trump: el inmigrante indocumentado (y pobre) y la utopía de rescatar a las empresas de EE.UU. que producen afuera.
El ente impulsado por Trump lleva de manera hipócrita y engañosa la palabra “víctima” en su nombre, cuando su verdadero objetivo es el inmigrante indocumentado.
La fobia contra el inmigrante pobre estuvo presente de manera plena, aunque mejor camuflada, en el discurso supuestamente “moderado” de Donald Trump.
También estuvo presente la utopía. Y esa utopía es la de suponer que las industrias manufactureras norteamericanas llevaron sus plantas y puestos de trabajo a otros países por culpa de la mala política. La verdad es que el tiempo de las grandes industrias manufactureras en Estados Unidos ha pasado y ya no volverá, salvo efímeramente por imposición de un gobierno autocrático.
Lo anunció el astrónomo Carl Sagan en el libro que publicó en 1995: El mundo y sus demonios. En esas páginas, el visionario divulgador científico explicó que, inexorablemente, Estados Unidos se convertiría en “una economía de servicios y de información” y que sus industrias se irían a otros países.
Ese tiempo ha llegado y no volverá atrás porque un autócrata lo imponga desde la Casa Blanca.