Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Los cambios importantes siempre han sido de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo. No siempre en este orden. Un profesor puede comenzar el cambio en su aula. Las organizaciones intermedias pueden emprender proyectos de mejora en la educación. Los municipios, pueden ser agentes educativos prioritarios en algunas circunstancias.
Las provincias, que tienen transferidas las competencias educativas, deben tener el máximo protagonismo. La diferencia que hay entre provincias demuestra que hay Gobiernos más y menos eficientes en educación. Por último, el Gobierno de la Nación puede fomentar, incentivar, organizar, financiar, todo el cambio.
Lo sorprendente es que los niños estudien hoy, cuando no hay consecuencias si no lo hacen. Los padres y las autoridades educativas presionan a los docentes a pasar alumnos de curso; están mal vista la excelencia y las notas, y se fomenta el «progresa adecuadamente»; hay videojuegos, Internet, el celu y mil formas de pasar el tiempo.
En Inglaterra, en 1997, el entonces ministro de Educación, David Blunkett, se comprometió a renunciar a su puesto si no lograba mejorar los resultados nacionales en Matemáticas y alfabetización. En 1996, las tasas eran de 57% de niños de 11 años con competencia en lectura y escritura, y de 54% en Matemáticas. Los objetivos fijados para 2002 eran aumentar hasta el 80% la lectoescritura y hasta el 75% en Matemáticas. Blunkett consiguió unos resultados impresionantes en un plazo de 4 años: en alfabetización alcanzó el 75% y en Matemáticas el 73%, casi el 75% fijado.
Datos como éste demuestran que con un compromiso y ganas de hacerlo, se puede.
Hasta que no consigamos que los padres entendamos que la educación de nuestros hijos es tan prioritario como comer, no vamos a progresar, es más, la diferencia en la calidad educativa recibida (en el colegio y en casa) incrementará las diferencias sociales. Creo que aún hay mucha gente que no entiende que es mucho más fácil ser médico de renombre que un Messi o un Federer.
Es evidente que es mejor tener una motivación para hacer las cosas, porque eso facilita el compromiso, el interés, el ánimo, la energía, favorece la atención y aleja el cansancio. Pero no es imprescindible para actuar.
El deber es un recurso que entra en juego cuando la motivación desfallece. Por eso, resulta escandaloso que la pedagogía actual sienta alergia a utilizar este concepto. Los docentes debemos esforzarnos en motivar, animar, ayudar, estimular, despertar la curiosidad. Pero también en fomentar el sentido del deber.
Hay deberes de coacción, que tienen por objetivo favorecer la Justicia y fomentar la libertad, por ejemplo, las normas de tránsito. Hay deberes derivados de las promesas y los contratos que me obliga a cumplirlos; y hay deberes de proyecto: si quiero edificar una casa de diez pisos, “debo” construir los cimientos adecuados. Si quiero jugar bien al tenis, “debo” entrenarme. Si quiero ser una persona decente, “debo” cumplir las normas éticas.
Los deberes son un medio para conseguir un fin, y ésta es una buena razón para el cambio educativo.