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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Depende del propósito, pero el silencio representa la ausencia de algo que se solicita. En un grupo de empresas de Córdoba nos propusimos reflejar primero y analizar después, las sensaciones de un interlocutor virtual que sistemáticamente obtiene de la persona a quien desea contactar “el silencio” como respuesta.
Casi el 40% no tolera la falta de respuesta e insiste con personalizar el envío de e-mails, colocando “anzuelos más atractivos” para lograr una respuesta que no sea el silencio. Otro 40% desiste de su intento y utiliza a veces otras vías para comunicarse con su potencial interlocutor. En un tercer grupo de alrededor del 20%, se dan situaciones variadas. Entre ellas, 12% insiste con e-mails más “punzantes” y una eventual llamada a la secretaria, la asistente gerencial o alguna otra persona cercana al interlocutor del cual estaba esperando una contestación.
El primer grupo, que no acepta la situación, se involucra emocionalmente. Aquí predominan dos reacciones:
1) La búsqueda de motivos por los que pudiera haber “cuentas pendientes”, “malas interpretaciones”, “necesidad de no dar señales de compromiso o debilidad”, etcétera.
2) Las interpretaciones relacionadas con la toma de posición para una eventual identificación de tipo político, religioso o de cualquiera otra índole.
Esas interpretaciones influyen en acciones posteriores que en un alto porcentaje no mejoran la pretensión de respuestas. Es el grupo del 12% en el que se logra, muchas veces con mayores recursos y un uso más inteligente de ellos, las mejores respuestas. Es decir, “romper el silencio”.
El e-mail, paradigma de un tipo de comunicación, puede ser el hacedor de un gran vacío de comunicación para quien tiene que “romper el silencio”. Como decía, depende del propósito. Lo cierto es que la comunicación sigue siendo anhelada por todo el mundo, pero pareciera difícil de conseguirla.