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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Como una computadora, nuestra memoria almacena los recuerdos en un sistema de archivos. Antes se creía que estos archivos sólo contenían datos, así como los archivos de una computadora contienen números y letras. Pero hoy se sabe que -además de información- la memoria almacena emociones. Cuando recordamos algo, sabemos que nuestro cerebro recupera los datos de esa experiencia.
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De lo que no somos tan conscientes es que -también- recupera la reacción psicológica que experimentamos cuando vivimos esa experiencia. Por ejemplo, así como recordamos los detalles del funeral de un familiar (el día, el lugar o quienes estaban presentes), también recordamos las emociones que tuvimos en ese momento: pena, desconcierto, angustia, nostalgia.
El recuerdo completo de un evento se almacena en dos áreas diferentes del cerebro: el «archivo de datos» se aloja en el hipocampo y el «archivo emocional» en la amígdala. Ante un estímulo externo (una imagen, un olor, una palabra) que evoca un recuerdo, se activan los archivos alojados en ambos órganos. Así como la activación del «archivo de datos» influye en nuestros pensamientos (ese recuerdo invade nuestra mente y aparta de ella otras ideas), la activación del «archivo emocional» tiene un impacto en nuestro estado de ánimo (el recuerdo nos lleva a sentirnos como nos sentíamos en el momento evocado).
Podemos hacerlo sobreescribiendo el archivo de datos asociado. A cada recuerdo podemos incorporarle -o quitarle- información.
También podemos disminuir el efecto de un archivo emocional, cambiando el contexto en el que activamos el archivo de datos. Por ejemplo, recordando algo malo mientras escuchamos una música que nos agrada, estamos en un bello lugar o junto a una persona querida con quien hablar. Las circunstancias favorables en el presente, reducen la incomodidad emocional que provoca un pasado desfavorable.
Las circunstancias favorables en el presente reducen la incomodidad emocional que provoca un pasado desfavorable.
Finalmente, podemos contrarrestar el efecto de un archivo negativo, activando archivos positivos que den una nueva dirección a la asociación emocional de un recuerdo. Por ejemplo, al recordar a un ser querido desaparecido, en lugar de evocar imágenes de su enfermedad o de su funeral, podemos mirar fotos de momentos felices juntos, compartir anécdotas acerca de esta persona con otras, tomar contacto con los objetos que apreciaba, etcétera.
Nuestro cuerpo puede operar en modo automático o regulado. Por ejemplo, podemos respirar inconscientemente o tomar el control de nuestra respiración, inhalando y exhalando conscientemente. Lo mismo ocurre con nuestro cerebro: podemos dejar que él maneje los recuerdos que tiene almacenados en su memoria reaccionando automáticamente a los estímulos que encuentra o podemos dirigir conscientemente el manejo de esos recuerdos.
Si elegimos lo segundo, no sólo estaremos influyendo sobre el efecto emocional de nuestro pasado en nuestro presente, sino también sobre aquel en nuestro futuro y comenzar a construir una convivencia mejor.