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Por Claudio Fantini. Acabo de presenciar personalmente en Ankara, Turquía, la creación de una fecha patria. De ahora en más, los turcos conmemorarán cada año el glorioso Onbes Temmuz (15 de julio), que evoca el sangriento levantamiento militar que fue derrotado por la resistencia del pueblo y del presidente Recep Tayyip Erdogán. Precisamente, la creación de esta fecha patria marca también el inicio de lo que podríamos llamar “la era Erdogán”.
Desde la creación de la República por Mustafa Kemal Atatürk, en 1923, hubo cinco rebeliones militares. Las cuatro anteriores lograron su objetivo. La última, no pudo. Multitudes de civiles les cerraron el paso a los golpistas en Estambul y en Ankara.
Erdogán, en lugar de huir del país o rendirse, como en su momento hicieron otros presidentes y primer ministros, cortó las vacaciones que se tomaba en las playas de Marmaris y desde el aeropuerto de Estambul convocó a resistir. Tuvo éxito.
Y a renglón seguido, lanzó una inmensa purga en todas las estructuras estatales, que le permitió concentrar más poder y culpar a quien presenta como su archienemigo y acusa de terrorismo: el poderoso y controvertido imán Fethullah Gülen, cuya organización, Hizmet, llegó a ser un Estado paralelo.
Los actos que se realizaron durante el último fin de semana en toda Turquía, pero con epicentro en Estambul y Ankara, son una muestra clara de que Erdogán hace del Onbes Temmuz su “Toma de la Bastilla”.
El sólo hecho de que el imponente monumento a los mártires que se inauguró en Ankara, esté frente al inmenso Palacio Presidencial, construido recientemente por Erdogán, muestra la contraposición entre la heroica y triunfal resistencia -en la que tuvo un rol protagónico- a las rendiciones anteriores de Suleimán Demirel y Necmettin Erbakan, entre otros.
Erdogán es objetivamente un gobernante exitoso. Lo fue como alcalde de Estambul, ciudad a la que puso en valor como Meca del turismo mundial, y con el crecimiento que ha tenido Turquía en los 14 años que suma en el poder, entre los que se desempeñó como primer ministro y en los que lleva como jefe de Estado. La mayoría lo venera.
Erdogán supo compatibilizar políticas de desarrollismo económico, con inversiones privadas, y sociales, con el respaldo de las clases media baja y baja.
Pero tanto los partidarios del laicismo ataturquista como las izquierdas seculares y la inmensa mayoría de la comunidad kurda, que aspira por lo menos a la autonomía del Kurdistán turco, lo considera un déspota que persigue de manera implacable a quienes desafían su poder.
Para la mayoría de los turcos, el 15 de julio evidencia la grandeza de Erdogán y su derecho a liderar Turquía con amplísimos poderes. Ese sector de la sociedad no duda sobre la culpabilidad de Gülen en el levantamiento ni del carácter terrorista que el presidente le asigna a su poderosa Fundación Hizmet. Pero los opositores rechazan que Fethullah Gülen haya estado detrás del levantamiento militar y denuncian que, desde el fracaso de la asonada golpista, el presidente lanzó una feroz cacería de brujas al llenar las cárceles de presos políticos, amputó la libertad de prensa y acrecentó la concentración del poder en sus manos.
Lo que está claro es que el actual líder turco aspira a equipararse en la historia con el mismísimo Atatürk. Y procura que el 15 de julio marque el inicio de “la era Erdogán”.