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Por Héctor Cometto. Recuerdo la imagen porque me llamó la atención. Puro éxtasis. Talleres le había ganado a San Jorge y él se metía en el banco, mientras los jugadores se fusionaban con 57 mil espectadores para festejar que volvían a ser.
Él, Arnaldo Sialle, se había encargado de extirpar la euforia previa que siempre caracterizó a Talleres en las grandes definiciones,y se apartaba de la euforia del festejo, la que sirve, la verdadera.
En su momento, tomó la medida táctica más importante: frenó los excesos de dirigentes y jugadores que agrandan contrarios y aumentan la presión, Talleres siempre se caracterizó por ganar en las vísperas.
Esta vez, él se puso plazos y se tiró la presión encima. Sabía, sabe, que es prescindible. Hoy hay un solo técnico exitoso. ¿Carlos Bianchi?¿Ramón Díaz? No, el que gane cinco partidos seguidos. La única forma que los jugadores lo sigan a muerte y den su vida por él, los directivos logren unanimidad porque estarán todos en el vestuario con sus nietos de la mano, y que los hinchas lo coloquen en el altar para siempre.
Y que los periodistas hablemos bondades de sus decisiones, destacando virtudes e ignorando problemas. Se hace muy difícil ir en contra de la corriente, es el camino del éxito.
El fútbol en estado adolescente no tiene tolerancia a la frustración. Ese que se va en andas es el que ganó, pero si el goleador del rival hubiera andado más derecho era cadáver. Es el mismo de aquella imagen de resurrección que Sialle pretendía esquivar metiéndose en el banco. Y sólo pasaron cuatro meses.
Cirugías, clicks, pastillas, medidas para ganar elecciones, marketing, rating minuto a minuto, todo para evitar la derrota frustrante. Ese estado adolescente nos es un rango etario ni es propio del fútbol.
Todos nos alejamos del cadáver para ir a aplaudir al que va en andas. Lo dicen las encuestas, ¿por qué los dueños de las decisiones iban a contrariarnos? ●