Por Claudio Fantini. Resulta inevitable hacer paralelos o comparaciones entre el “caso Bárcenas”, que puso a Mariano Rajoy en los umbrales de su renuncia, y los escándalos argentinos que llevan los nombres de Lázaro Báez y Ricardo Jaime.
El caso español es un escándalo de financiación ilegal del Partido Popular (PP), que se habría llevado a cabo entre 1990 y 2009. Irrumpió a la luz pública en el diario El País el 31 de enero. Al pedido de explicación que se le hizo entonces, el jefe de Gobierno respondió diciendo que necesitaba «sólo dos palabras: es falso”.
Después, Rajoy no habló más. Tampoco sus ministros.
El gobierno del PP pasó seis meses esquivando a la prensa y simulando que el escándalo era algo insignificante, agigantado con ánimo desestabilizador por la prensa opositora. El problema de esta estrategia es que si bien el caso fue hecho público por un diario afín al PSOE, su profundización corrió por cuenta del diario El Mundo, de tradicional buena sintonía con los conservadores. Y lo que aportó la investigación periodística fue nada menos que la contabilidad paralela que llevaba secretamente Luis Bárcenas, el tesorero del PP.
Esos balances ocultos parecen probar que el partido centroderechista recaudaba aportes ilegales de un grupo de empresas y pagaba sobresueldos a varios funcionarios del gobierno de José María Aznar, y luego a la principal dirigencia del partido cuando bajó al llano de la oposición durante la gestión socialista de Rodríguez Zapatero.
En la Argentina, los casos Báez y Jaime no serían de financiación ilegal de un partido, sino de monumental enriquecimiento ilícito de un puñado de personas, incluido el matrimonio gobernante, mediante sobornos y apropiación de empresas a través de testaferros. La similitud estaría en el silencio de los gobernantes.
La presidenta Cristina Kirchner jamás mencionó el caso Lázaro Báez ni dijo nada respecto al procesamiento de Jaime, la orden de detención en su contra y la decisión de convertirse en prófugo. Igual que Rajoy con el caso Bárcenas, Cristina hizo de cuenta que los escándalos de corrupción mencionados no existen, más allá del afán conspirativo de los medios opositores.
Por eso tiene lógica la sospecha que el Gobierno argentino oculta a Jaime, convencido de que, perdido por perdido, haga como el ex tesorero del PP: hable y revele que, en realidad, «robaba para la corona».
Eso hizo Luis Bárcenas, comprometiendo de tal modo a Rajoy que, desde la oposición, tanto el Partido Socialista como Izquierda Unida (IU) reclaman su renuncia.
¿Tienen razón o es una desmesura?
Quizá sea demasiado pronto para que el jefe de Gobierno dimita, pero no sería descabellado. Al fin de cuentas, por algo similar renunció Helmut Kohl, el hombre que más tiempo estuvo al frente de Alemania después de “el canciller de hierro” Otto von Bismarck. Y Kohl era nada menos que el timonel de la reunificación alemana.
Con mucho menos méritos, Rajoy se aferra a lo que le queda de poder. Sus dos mayores problemas son:
● Cuando era el jefe de la oposición, él exigía la renuncia a Rodríguez Zapatero por cuestiones menores al caso Bárcenas. La última vez que lo hizo fue en 2010, alegando que el premier socialista conducía mal la crisis económica.
● Bárcenas reveló que Rajoy estuvo entre los beneficiados con los sobresueldos ilegalmente financiados. Cuando era ministro del gobierno de Aznar y luego jefe de la oposición, habría cobrado unos 25 mil euros anuales durante más de una década.
A Carlos Menem, en su momento, no se le pudo probar que sabía de los sobresueldos que cobraban muchos de sus funcionarios, porque él no cobraba, pero ¿cómo podría Rajoy desconocer un esquema de financiación que lo tenía entre sus beneficiarios?.