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Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo, docente de la UES 21). Cuando turbas furibundas ocuparon en 1979 la embajada norteamericana en Teherán, tomando de rehenes a los diplomáticos durante larguísimos meses, había una razón objetiva y visible.
Estados Unidos …
… había apoyado, junto con Gran Bretaña, al opresivo régimen del sha Reza Pahlevi contra la revolución islamista. Por eso, para el ayatolá Ruhollah Jomeini fue fácil valerse de hordas de fanáticos para frustrar el acercamiento que la Casa Blanca intentaba con el ala moderada del flamante régimen chiíta, a través del entonces consejero de Seguridad, Zbigniew Brzezinski.
Por el contrario, el ataque a la sede diplomática que tiene Washington en Benghasi fue sorpresivo, porque esta vez los norteamericanos habían apoyado la rebelión popular que se convirtió en la guerra civil que derrocó y asesinó al coronel Muammar Jadafy.
Igual que en las rebeliones de Egipto y Túnez, por primera vez Estados Unidos estuvo del lado del pueblo que se levantó contra el déspota. El asesinado embajador Chris Stevens fue, precisamente, quien entregó a las fuerzas rebeldes la ayuda económica que brindaba su país, que, además, respaldaba la intervención militar de británicos y franceses contra el régimen de Jadafy.
Los salafistas que atacaron el consulado y mataron a Stevens y a otros tres norteamericanos, también eran archienemigos de Jadafy y estuvieron entre los impulsores del levantamiento que comenzó en Cirenaica. El salafismo es una vertiente religiosa impulsada por el teólogo Ahmad Hanbal en el siglo IX, que aborrece a los gobernantes laicos y profesa un islam cerrado y con propensión al fanatismo.
Los salafistas libios no odiaban a Estados Unidos mientras fue enemigo de Jadafy. Pero desde que el dictador cambió su posición y se acercó a las potencias occidentales, la CIA aceptó la información que el régimen obtenía torturando a dirigentes y activistas ultra-islamistas en las cárceles de Libia.
En algún momento, una chispa saltaría amenazando con incendiar la delicada relación entre Estados Unidos y los salafistas libios. No fue la burda y ofensiva película sobre Mahoma que una banda de provocadores rodó en Estados Unidos. Esa chispa detonó muchas de las protestas de estos días de furia y fuego.
Al estallido en Benghasi, que le costó la vida al embajador Stevens, lo habría detonado la muerte en Pakistán del jihadista Abu Yahya al Libi, acribillado desde un dron (avión no tripulado) norteamericano.
Como su nombre lo indica, ese combatiente ultra-islamista era un salafista libio.