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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Asistimos a los funerales del “voluntarismo carismático”, que históricamente ha definido a la mayoría de los liderazgos políticos y sociales de América Latina. Estos, carecen de respuestas ante las necesidades de gestión cada vez más complejas. Veamos de qué se trata.
El mismo cortejo es acompañado por el “utilitarismo tecnocrático”, teñido de fracaso en su incapacidad para brindar con eficacia una solución a las necesidades cotidianas, desde comunicarse, trasladarse con previsibilidad o recibir oferta de servicios de educación, salud y seguridad con eficacia.
El cambio de las estructuras sociales y culturales está mostrando el ocaso de distintos modelos sociales de conducción.
La crisis de valores ha contribuido también a la decadencia de todos estos modelos que han mostrado una nota común: su falta de sustento en habilidades gerenciales concretas y la práctica de la demagogia como estilo de gestión.
La formación de dirigentes para los nuevos desafíos debe edificarse sobre un modelo que se apoye en tres pilares:
Cuando hablamos del marco ético, lo hacemos sustentado en valores básicos de integridad, confiabilidad y solidaridad, partiendo de una consigna: “Primero, buena persona; luego, buen ciudadano; después, buen dirigente”. Éste es el gran desafío de transformación a impulsar.
Ante todo necesitamos coherencia como valor, esto dará credibilidad, y una demostración de conducta en todos, pero en especial en los políticos, esto dará confianza.
Hay un divorcio entre el ser y el pensamiento, y el pensamiento vacío del ser se reseca. Se puede hablar sin pensar, y en ello están a nuestra disposición las frases hechas, es decir los automatismos. No existe verdadero pensamiento si no se lleva a la acción.
Esto se relaciona con la esencia que intenta esta igualdad: que lo que pienso, lo que digo y lo que hago esté unido por el signo igual. En matemáticas: P = D = H.