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Por Claudio Fantini. Hay un conservadurismo recalcitrante que mete todo en la misma bolsa. Evo Morales no es lo mismo que el chavismo y los demás populismos latinoamericanos. Su discurso cae en ideologismos adolescentes y exacerbados, pero su gestión económica fue lo suficientemente eficaz y pragmática como para diferenciarse del modelo chavista.
Evo Morales era ultrapopulista en el discurso, pero nunca desvarió con la economía boliviana. Desde el primer día, puso la gestión económica en manos de un economista pragmático y sólidamente formado, Luis Alberto Arce, quien jamás descuidó los superávits en las cuentas públicas.
Tampoco subsidió el clientelismo como hizo el kirchnerismo en la Argentina, sino que repartió instrumentos para que los sectores sumergidos puedan emerger y sostenerse por sí mismos.
Lo que tuvo en común con los otros populismos de la región fue la impronta autoritaria y el carácter personalista de un liderazgo con tendencia a perpetuarse en el poder. Y ése es el vicio populista, que habría llevado al presidente de Bolivia a su primera derrota en las urnas.
El peor pecado populista de Evo fue la tentación del poder perpetuo.
Jamás había perdido. Por el contrario, desde las elecciones en el sindicalismo cocalero y en las internas del Movimiento al Socialismo, a las elecciones y referendos nacionales, sus triunfos siempre habían sido contundentes.
En 2006, llegó a la presidencia con el 54% de los votos. Dos años más tarde se impuso en un referendo revocatorio con el 67%. Y a las siguientes reelecciones presidenciales las ganó con el 64 y 61%, respectivamente. Batió todos los récords, empezando por el de Paz Estensoro.
Eso lo tentó con la reelección eterna y el poder vitalicio, y a esa tentación típica del populismo autoritario la castigó el voto, propinándole su primera gran derrota en las urnas. Ahora, pretendía un cuarto mandato entre 2020 y 2025, pero las urnas lo castigaron.
La longevidad en el poder va corrompiendo a los gobiernos, y el de Evo Morales no ha sido la excepción. Seguramente afectó su imagen el presunto tráfico de influencias a favor de una ex amante, pero más puede haberla afectado el reciente ataque incendiario que dejó seis muertos en una alcaldía controlada por la oposición.
Pero eso no explicaría el primer fracaso electoral de quien, sin dudas, ha sido el más exitoso de los gobernantes de un país en el que las crisis políticas, sociales y económicos esmerilaban gobiernos en tiempo récord.
El peor pecado populista de Evo fue la tentación del poder perpetuo. Por eso intentó, a tres años de la próxima elección presidencial, la reforma constitucional que le permitiría presentarse a otra relección. Y a pesar de sus muchos éxitos, las urnas parecen haber castigado ese pecado, diciéndole “No”.