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Por Juan Turello. Los colores del semáforo ayudan a definir las expectativas previas en torno de la asunción de Alberto Fernández, señala mi nota en La Voz.
El verde está vinculado con las expectativas favorables; el amarillo, con las críticas a sus posiciones sobre el aborto y el grupo terrorista Hezbollah y el rojo, con las dudas en torno del plan económico y el poder real que tendrá Cristina Kirchner en las decisiones de gobierno. Repasemos.
El color verde simboliza la esperanza de todos los actores para que la Argentina retome el crecimiento. La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), que reúne a los países de mayor desarrollo, le pone paños fríos. La economía caería 3% este año, y 1,7 en 2020, con una tibia recuperación -0,7% – para 2021.
Las expectativas sobre la economía retrocedieron 4,9 puntos, según la encuesta de noviembre de Management & Fit.
Pero la esperanza de que la situación mejore, está. Es la carta de crédito que tiene el presidente electo, aunque las demandas de los agentes económicos y de las agrupaciones políticas y sociales que lo apoyaron harán muy breve la luna de miel.
La Argentina tropieza con la misma piedra desde hace 60 años. En 52 de ellos, tuvo déficit fiscal.
El amarillo se prendió en relación con dos temas que pueden desgastar los primeros meses de gestión de Alberto Fernández. Uno, es el impulso al proyecto sobre el aborto, que ya le costó la decisión del papa Francisco de evitar cualquier encuentro personal inmediato y de reprogramar la visita para 2021. El otro, es la decisión de anular la calificación de terrorista del grupo Hezbollah. La influyente comunidad judía rechaza ese cambio de posición de la Argentina.
El rojo está vinculado con las idas y vueltas en la conformación de su equipo de colaboradores, a partir de la “visita” que le realizó a Cristina Fernández para “escuchar” su opinión sobre el tema. La expresidenta tiene poder de veto, aunque la definición enoje a los cristinistas, quienes prefieren presentar el tema como “decisiones conjuntas” de la fórmula ganadora.
En ciertos sectores del peronismo cordobés y a nivel de las provincias cayó como un balde de agua fría el veto de Cristina Fernández a Carlos Caserio, un hábil negociador y un facilitador de acuerdos políticos. Desde grupos afines al gobernador Juan Schiaretti revalorizaron la posición neutral que el mandatario decidió para la elección presidencial.
La gestión de Alberto Fernández se juega en el terreno de la economía. Es clave el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los acreedores en cuanto al plazo de gracia para el pago de la deuda (¿un año, dos años?) y la quita sobre los intereses (¿40% ?).
El blindaje que se prepara para Vaca Muerta, con el objetivo de alcanzar el autoabastecimiento energético y asegurar el ingreso de dólares, puso en alerta al campo y a la minería, que prevén un aumento de las retenciones. La suba de los impuestos –además de una mayor carga de provincias y municipios- obligará a recalcular los números de los granos y de la carne, por ende, el resultado final de la campaña 2020/21.
Algunas cartas le juegan a favor: el superávit comercial será de 14 mil millones de dólares; el campo está liquidando sus reservas por temor a mayores retenciones y, en algún momento, los casi 2,6 millones de argentinos que compraron dólares por 4.200 millones en octubre deberán venderlos ante la necesidad de pesos. Casi el 70% hizo compras de menos de mil dólares.
El desafío es corregir los diferentes enfoques sobre cómo negociar con el FMI y los acreedores, y cuál es el margen de equilibrio fiscal de la gestión.
La emisión ayudará a movilizar la economía en los primeros meses de gestión. Luego vendrán los desafíos de contener la inflación, corregir el atraso cambiario y la tasa de interés negativa. Macri acudió a un plan superortodoxo, que paralizó la actividad.
La Argentina tropieza con la misma piedra desde hace 60 años. En 52 de ellos, tuvo déficit fiscal.