Por Eugenio Gimeno Balaguer. Cuando era profesor de Matemáticas en la Facultad de Ciencias Económicas, era sencillo resolver problemas porque nos remitíamos a un procedimiento que concluía en “lo que se quería demostrar”. La solución, entonces, era clara, contundente e indiscutible. Aplicando las técnicas adecuadas, no había problema que no tuviera solución.
Pero ¿qué pasa en el campo social?
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En los grandes ámbitos -educación, salud, seguridad, justicia-, los problemas no se resuelven cuando enuncio o, incluso, encuentro la solución, sino cuando ésta se aplica. Lo difícil es ponerla práctica porque surgen dificultades tales como el conflicto de intereses de los involucrados, sus miedos, expectativas y otros factores, que hacen que las soluciones efectivas queden postergadas.
Y aquí, está el verdadero problema.
Soy economista de origen y en una reunión con un colega alemán, le manifesté que «la economía necesitaba más arte que ciencia», ya que había que convencer a la gente para que se comportara como los economistas querían.
Un antiguo autor que he mencionado, Baltasar Gracián, decía: “de nada vale que la razón se adelante, si el corazón se queda” . Sabía de la naturaleza humana.
Nada menos que un físico Max Planck dejó el pensamiento para que el Instituto que hoy lleva su nombre, se ocupe, entre muchas cosas, de las habilidades que los decisores–implementadores deberían tener en cuenta al instrumentar un programa de gobierno exitoso.
A continuación, una síntesis de alguna de ellas:
Volvamos a los antiguos griegos que hablaban de phrónesis y sophrosyne, que podemos traducir como prudencia y templanza. Prudencia, como saber aplicado a la situación y templanza, como talento para encontrar la solución adecuada y el método idóneo.
Está todo dicho. El desafío es tener prudencia y templanza, porque de lo contrario nos moveremos en círculos, repitiendo decisiones con la consiguiente pérdida de energía y recursos.
Y seguiremos anclados en el nivel donde no queremos estar.