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Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo y docente de la UES 21). La muerte de Hugo Chávez no será simplemente eso, una muerte. Igual, todo lo que hizo en las últimas décadas de su vida, tendrá consecuencias fuertes; en muchos casos, traumáticas.
Si su vida en el poder impactó más allá de su país, su muerte en el poder lo hará también. La edificación del mito había comenzado junto con la construcción de su liderazgo inexpugnable. De la rebelión golpista que lo catapultó violentamente a la fama, enterró sus decenas de muertos en el olvido histórico para resaltar el hecho de que fue contra el bipartidismo corrupto y decadente que, por cumplir con el Plan Brady, puso al ejército de Simón Bolívar a reprimir al pueblo sublevado en el llamado «Caracazo».
Y así fue con cada capítulo de su largo gobierno. A las sombras del autoritarismo que proyectó el manejo discrecional de PDVSA para financiar la construcción de su liderazgo a nivel regional, la «patrimonialización» del Estado y la exclusión de las minorías políticas, se las tapó con las luces de una masiva asistencia social a los pobres, con medicina popular de excelencia y una formidable extensión del sistema educativo que erradicó el analfabetismo.
El culto personalista se agigantará tras su muerte. Será así por el aparato de propaganda que deja en pie y porque Chávez ha sido un líder con estatura histórica. Se puede acordar o no con él, pero sólo un odio ciego y obtuso impide ver que en Chávez nada fue débil ni pusilánime.
Lo demuestra la entereza con que se despidió de Venezuela y de la vida, en la escalerilla del avión de su último viaje. Y en sus últimos mensajes.
Ahora queda el mito. Y no faltarán gobiernos que lo usen para refugiarse en la radicalización, cuando la economía excedentaria que tanto los benefició en estos años, empiece a sucumbir bajo el peso de la ineficiencia y la dilapidación.