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Por Eugenio Gimeno Balaguer. La convicción es la creencia fuerte y firme. Implica cierto desafío, ya que es algo que proviene del interior de la persona, tiene que ver con estar seguro o tener la certeza sobre tal o cual cosa. Tener convicción garantiza mejores decisiones e incluye valores, compromisos y motivaciones.
La convicción implica tiempo y dedicación, profundizar, darse cuenta que lo que estoy haciendo es lo mejor que puedo hacer e, incluso, estar abierto al cambio para tener más convicción.
La diferencia con una creencia es que ésta es algo por lo cual se discute; en cambio, la convicción es algo por lo cual se moriría y por consiguiente vale la pena vivir.
La indiferencia se manifiesta en que todo da lo mismo, no distingue lo esencial de lo accidental.
Nuestras convicciones determinan nuestra conducta. Ellas nos motivan a actuar en cierta forma. Pero hay una ironía. Hoy, la gente tiene, generalmente, fuertes convicciones acerca de asuntos sin mayor importancia (fútbol, moda, televisión, etcétera), mientras tienen débiles convicciones acerca de asuntos realmente importantes (lo sustancial y lo accesorio en la convivencia social).
En las organizaciones entran en juego diversos aspectos, como la estructura, la imagen corporativa y la coherencia en la gestión. La convicción se asienta sobre sólidos cimientos, tradicionalmente considerados como valores intangibles: reputación e imagen corporativa, cartera de clientes, capital intelectual, buena imagen pública y social, marcas fuertes y de prestigio, clientes fieles y empleados capacitados y motivados que aportan valores e ideas.
La convicción hace a la congruencia, que es esa sensación de coherencia, de veracidad, de certidumbre, de sinceridad, que nos proporciona nuestra fuerza interior.
La indiferencia es el dominio del ego, de las justificaciones, del autosabotaje, del autoengaño. Para mostrar un camino hay que haberlo recorrido primero… superar la indiferencia y trabajar para lograr la convicción es el desafío y un indicador de crecimiento.