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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Días atrás sostuvimos una serie de reuniones con dirigentes políticos, empresarios y académicos, en las cuales surgieron ideas interesantes que motivan la reflexión. Por ahora, lo hago con cierta desconfianza.
Un desconfiado es aquella persona que duda, o está en desacuerdo, con lo que ha sido aceptado por otro(s). Ese individuo, eventualmente, se abstiene de juzgar cuando no tiene la suficiente seguridad sobre la verdad o falsedad de las aseveraciones recibidas. Y piensa que todo es tan subjetivo, que sólo es posible emitir opiniones.
Algunas expresiones de los desconfiados suelen ser: «los medios sólo informan lo malo que sucede en la sociedad, sembrando y alentando (…) el desencuentro»; «las empresas engañan de modo permanente en sus servicios» y «el fisco es injusto».
La desconfianza recae principalmente en los políticos, los jóvenes, los empresarios, en el resto de las personas, en su falta de educación, en su falta de compromiso, en la carencia de ideas y de comportamientos para construir un futuro mejor.
«El actuar de los bienintencionados se reduce casi a la desesperación de reconocer la imposibilidad de enmendar o corregir la desventurada condición, debilidad y desorden en la sociedad», agregan también los desconfiados.
A veces la postura es “más suave”. No como oposición a cualquier afirmación, sino como mecanismo de previsión (cautela) que reniega de confirmarla sin una demostración previa. “Nos han engañado tantas veces», piensan.
Tuvimos interacción con estas personas y aparecieron como sinónimos de la desconfianza: el escepticismo, la incredulidad, la incertidumbre, la indiferencia, la sospecha, la duda, el recelo, el desinterés y la despreocupación en diversas proporciones.
La actitud de la desconfianza se caracteriza por la cautela. Desde la teoría, no hay ningún saber, ni tampoco opinión totalmente segura. Desde la práctica, es una actitud negativa a adherirse a una opinión determinada.
La consigna sería: «sigue al que cree, no sigas al que niega; la fe nunca tropieza, aun siendo ciega«
Lo que uno comprueba en estos dirigentes es que su desconfianza no es total y desesperada, sino parcial y esperanzada, con fe en la capacidad del ser humano de avanzar en el conocimiento de la realidad. Una fe crítica y no ciega. Sin creer en banalidades, sino en explicaciones bien fundadas, experimentos bien diseñados y teorías bien confirmadas, así como en axiomas coherentes y fértiles.
Los antónimos de la desconfianza son la esperanza y la fe. La consigna sería «sigue al que cree, no sigas al que niega; la fe nunca tropieza, aun siendo ciega».