Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Juan Turello. Es difícil, muy difícil, que la mayoría de la sociedad comprenda que a 100 días de haberse implantado la cuarentena -con su carga de más de 55 mil contagios y de casi 1.200 muertes- el esquema fracasó en el área donde reside uno de cada tres argentinos y donde se generan cuatro de cada 10 pesos de la economía, señala mi nota en La Voz. Repasemos de qué se trata y su impacto en la economía.
Con razón, la sociedad puede preguntarse por qué detonó el plan elegido. No hay una autocrítica explícita de la dirigencia. Sus integrantes prefieren volver a clausurar todo atisbo de actividad para evitar que el número de muertos o la tragedia de tener que elegir a qué enfermos salvar, se convierta en una lápida para sus carreras políticas.
¿Qué sucede con la actividad económica?
Es difícil, muy difícil, que miles de pequeños y medianos empresarios comprenda -a 200 días de la asunción de Alberto Fernández– que el país no tiene respuestas para sus proyectos, y que el único derrotero es el cierre de sus locales.
Con razón, los actores económicos pueden preguntarse por qué al tiempo que se disponía en forma preventiva la cuarentena -el 20 de marzo- no se adoptaron los criterios de otros países que imaginaron el “día después”, para que el renacimiento fuese con el menor número posible de cierres.
La economía se derrumbó 5,4% en el primer trimestre por la inercia de la crisis que dejó la gestión de Mauricio Macri y por las decisiones de Alberto Fernández, que alentaron la incertidumbre sobre si su modelo es que el Estado controle todas las actividades o si habrá lugar para la iniciativa y la propiedad privada.
Aún no conocemos la noche más oscura de la crisis. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé una caída de 9,9% en el año. Consultoras locales estiman entre 12 y 14 por ciento, por encima de la crisis de 2001. Es difícil recordar caídas tan profundas.
La semana que concluye estuvo plagada de datos sombríos. Basta mencionar sólo algunos: en el Gran Córdoba, hay 307 mil trabajadores con problemas de empleo, 79 mil de los cuales están desocupados. Las proyecciones aluden a que este número se duplicará en los meses venideros.
La Cámara Argentina de Comercio (CAC) prevé el cierre de 100 mil negocios en todo el país. Hoteleros y gastronómicos anticipan que desaparecerá el 75% de tales negocios. Los clubes y gimnasios trazan un panorama similar. Todos son sectores de trabajo intensivo.
¿Qué Argentina productiva quedará en pie cuando llegue la primavera y el ritmo de contagios y de muertes esté controlado, según el discurso oficial?
¿Cuál es el modelo que va a privilegiar el Presidente, que actúa como un equilibrista frente a los proyectos que alienta el kirchnerismo desde el Instituto Patria?
Una muestra de botón: al pedido de un sector gremial para aplicar el modelo Vicentin en el concurso del Molino Minetti que se sustancia en Córdoba, se agregó otro núcleo sindical que impulsa la estatización de la láctea Sancor.
Economistas apreciados por el núcleo duro del kirchnerismo proponen la “soberanía marítima” sobre la hidrovía Paraná-Paraguay para controlar 14 puertos privados, donde operan aceiteras, agroindustrias y terminales automotrices. Por allí, “sangra la Argentina”, dicen.
Antes de atravesar la noche más oscura de la crisis, la sociedad necesita ver una luz al final del túnel.
La sociedad le reclama una señal a Alberto Fernández para orientar a los sectores que aún están en pie: agroindustria, comunicaciones, petróleo y minería.
Por su parte, la construcción, la industria automotriz, la maquinaria agrícola y el sector tecnológico necesitan subsidios y políticas para recuperarse rápidamente y generar empleo.
El discurso del ya “habrá tiempo para ocuparse de la economía” es alentar la incertidumbre ante el desafío social y económico más grande desde la vuelta de la democracia.