Por Héctor Cometto (Periodista deportivo y analista de los ciclos informativos de Teleocho Córdoba). Otra vuelta más de Vélez Sársfield en el José Amalfitani, nombre del estadio que evoca a un gran presidente, que cuando le pagaba el sueldo a Daniel Willington, figura del campeón ’68, le retenía una parte y con el tiempo le daba la llave de un nuevo departamento. Así…
… siempre fue Vélez, ordenado y constructivo desde su dirigencia, con figuras descollantes, protegidas y valoradas.
Cuando los dirigentes actuales fueron a buscar a Ricardo Gareca, en ese entonces entrenador de Universitario de Perú, les dijo que no podía hablar porque tenía un contrato vigente. Eso terminó de redondear la idea de que la sugerencia de Cristián Bassedas, el mánager, era buena: alguien que respeta la palabra empeñada, vale.
Parecía un torneo de transición y es campeón. Bajó costos y se fueron contratos altos (Barovero, Ortiz, Zapata), vendió jugadores importantes (Martínez, Augusto Fernández), necesitaba insertar jugadores nuevos en la columna vertebral del equipo (Tobio atrás, Cerro en el medio, Ferreyra adelante) y se le lesionó temprano Jonathan Copete, la principal contratación.
Y es campeón porque programa y resuelve: orden contra desorden, gana el ordenado; orden contra orden, gana el mejor. Por eso superó a los ordenados (Lanús, Belgrano, Racing) y se hizo inalcanzable para los desordenados (es una lista amplia).
Y porque se reforzó fuerte, costoso pero barato (Sosa, Pratto, Ferreyra), tiene un símbolo de más de 500 partidos (Cubero), un gran líder (Domínguez), pibes sobresalientes (Peruzzi, Allione). Y porque intenta jugar siempre, en todas las canchas. Y si el campeón juega bien y da gusto verlo, es más campeón. Y si juega limpio, coherente, ejemplar desde lo institucional, es digno de admiración.
Y eso es único.