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Por Claudio Fantini. Son impresentables el presidente boliviano, Luis Arce, Evo Morales y los presidentes de Rusia y China, entre otros dirigentes, quienes actuaron como terraplanistas políticos haciendo de cuenta que es creíble el fraude electoral. La consagración de Nicolás Maduro provoca vergüenzas y desolaciones en la geopolítica. En cambio, los que quieren ayudar a los venezolanos a salir de esta novela trágica, se pronuncian en términos institucionales. No es el caso del presidente Javier Milei.
Aquellos dirigentes reclaman transparencia, recuento de votos, entrega de las actas y admisión de la verdadera voluntad popular expresada en las urnas.
Por contrapartida, los que actúan haciendo mezquinos cálculos ideológicos buscan usar a los venezolanos para convertirlos en militantes de sus propias causas y súbditos de sus liderazgos.
El mensaje de Milei de llamar “leones” a los votantes venezolanos, y el grito de “viva la libertad carajo”, resultan desoladores.
Resulta inquietante que algo tan esperado y tan concebible como un fraude perpetrado por un régimen forajido, haya terminando sorprendiendo hasta la perplejidad a millones de personas en las democracias del mundo.
La estafa política cometida por Maduro intoxica el clima social en Venezuela y podría contaminar toda la región.
Lo increíble habría sido que Maduro gane limpiamente o que acepte la derrota y felicite por el triunfo a los vencedores.
Eso sí que sería sorprendente y no que cometa fraude un régimen autoritario que hace más de una década dejó de ser una autocracia mayoritaria, como lo fue con Hugo Chávez, para convertirse en una brutal dictadura de minorías.
Asomarse al resultado que publicó el régimen es como ver a Maduro tratando de esconder un elefante en una caja de fósforos.
Lo que sorprende no es que un régimen como el que impera en Venezuela se atreva a perpetrar un fraude a cielo abierto. Lo sorprendente es que se atreva a semejante ostentación de fraudulencia.
Creer en el resultado que dio el Consejo Nacional Electoral (CNE) equivale a terraplanismo político.
Seguramente, ni los bolivianos Evo Morales y Luis Arce, ni la hondureña Xiomara Castro, ni Vladimir Putin, ni la izquierda antisistema española, ni la nomenclatura china, ni los ayatolas chiitas de Irán crean en lo que dicen creer.
No son lunáticos sino antidemocráticos.
Los apoyos de dirigentes latinoamericanos y españoles son de quienes tienen «deudas» con el régimen por los negociados millonarios que hicieron a la sombra del poder.
Más se retrasaba el régimen en hacer un anunció que debió realizarse a lo sumo un par de horas después de la votación, más quedaba a la vista la dimensión abrumadora del triunfo opositor.
El antecedente de Nicaragua. Así ocurrió en 1999 en Nicaragua, cuando la primera elección que hizo el entonces gobierno revolucionario sandinista le ganó la Unión Nacional Opositora (Violeta Chamorro).
La transmisión del escrutinio se cortó a hora temprana y hasta el amanecer no se dio a conocer el triunfo de Chamorro, alentada por el ahora expatriado Ramírez.
Anoche, cuando las horas se alargaban en Caracas, Maduro y sus seguidores hicieron algo más burdo aún: anunciar que habían ganado.
Lo que comienza a partir de este momento en Venezuela es inquietante.
En la década anterior, los fraudes y arbitrariedades del régimen provocaron olas de protestas que fueron ferozmente reprimidas.
Los fantasmas de las duras represiones anteriores del régimen de Nicolás Maduro oscurecen por estas horas el cielo caribeño.
La aprobación de una farsa electoral tan grosera o el silencio ante semejante estafa a la voluntad del pueblo venezolano, implicarán complicidad con un régimen que intenta imponerle al mundo el terraplanismo político.