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Por Gimeno Balaguer. La incertidumbre se genera por la falta de conocimiento seguro o confiable sobre una cosa, especialmente cuando crea inquietud y eventualmente angustia respecto al futuro. La incertidumbre genera duda e indecisión y refuerza el escepticismo.
Hicimos una serie de pequeñas entrevistas a poco más de una docena de dirigentes radicados en Córdoba y Buenos Aires, y la impresión que nos dio es que compartían la visión de Demócrito y Diógenes, por la similitud de sus pensamientos.
Las palabras comunes que unieron sus reflexiones son incertidumbre y escepticismo. ¿Qué es el escepticismo para ellos? Es la desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo.
Algunas expresiones coinciden en: «Los medios sólo informan lo malo que sucede en la sociedad y siembran y alientan la discordia y el desencuentro; las empresas engañan de modo permanente en sus servicios y el fisco es injusto».
Desconfianza en los políticos, en los jóvenes, en los empresarios, en la gente en general, en su falta de educación, en su falta de compromiso, en la carencia de ideas y comportamientos para construir un futuro mejor.
Coinciden en: «Se ve reducido el actuar de los bienintencionados a casi la desesperación de reconocer la imposibilidad de enmendar o corregir la desventurada condición, debilidad y desorden de las cosas en la sociedad».
Afortunadamente lo que uno comprueba en estos dirigentes es que su escepticismo no es un escepticismo total y desesperado, sino parcial y esperanzado, con principios y fe en la capacidad del ser humano de avanzar en el conocimiento de la realidad. Una fe crítica y no ciega. Sin creer en banalidades, sino en explicaciones bien fundadas, experimentos bien diseñados y teorías bien confirmadas, así como en axiomas coherentes y fértiles para no repetir los errores que tantas veces tuvimos.