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Por Claudio Fantini. Argentina ha empezado a naturalizar que el presidente Javier Milei se ausente del país para asistir a cónclaves de la ultraderecha. Sin embargo, el viaje a España con sus duras críticas al jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, generó una crisis en las relaciones entre ambos países. Sánchez pidió una disculpa pública de Milei, por haber sugerido que su esposa es «corrupta». El mandatario argentino descartó ese pedido.
Es preocupante la reunión con líderes extremistas, por caso, en España con las autoridades de Vox y de otros países, cuyas expresiones merodean el racismo y que declararon la guerra a los avances de la tolerancia y la aceptación de la diversidad en el terreno sexual y en el cultural.
¿Está bien naturalizar que Milei se exhiba en foros ultraderechistas, con aspiraciones de nueva estrella del universo reaccionario?
El Presidente está encantado con las ovaciones que recibe de un sector que, si bien en ascenso, aún es parte de la marginalidad política.
Siente que esa aprobación lo confirma en el lado correcto de la historia.
Que abrazarse con Santiago Abascal (España) y con Marine Le Pen (Francia) corrobora que él tiene razón.
Que codearse con la crema y nata del ultraconservadurismo lo hace sobresalir en la decadente clase dirigente argentina.
Posiblemente, la realidad está en las antípodas de esa sensación que tiene el Presidente.
Es seguro que para los gobiernos y demás liderazgos democráticos, que adhieren al liberalismo constitucional y económico, que un mandatario pase por Madrid sin saludar a Pedro Sánchez, ni al jefe de Estado, el rey Felipe VI, es algo que no genera confianza ni admiración, sino lo contrario.
Milei es el único mandatario en funciones que fue al encuentro del ultraconservadurismo en España, que pretende crecer en Europa.
El presidente húngaro Viktor Orbán y la premier italiana Giorgia Meloni saludaron y enviaron mensajes por Zoom, pero no estuvieron presentes en España.
El cónclave reunió, principalmente, a los opositores a los gobiernos del país anfitrión, Portugal y Francia, además de José Antonio Kast, exponente del conservadurismo extremo que aún reivindica a Augusto Pinochet en Chile.
No todos representan lo mismo; ninguno es “anarcocapitalista” como Milei.
Pero tienen en común considerar que los avances logrados por el feminismo, la diversidad sexual y la conciencia sobre el cambio climático, son aberraciones impuestas por lo que denominan el “marxismo cultural”.
Ese es el mayor punto en común con Vox, el partido que nació en 2013 a la derecha del centroderechista Partido Popular (PP).
Fue como un resurgir tardío del falangismo, la ideología ultranacionalista y ultracatólica que impulsó José Antonio Primo de Rivera, y dio argumentos políticos al levantamiento militar contra la República y a la dictadura del general Francisco Franco.
Milei cree que es la estrella de la “nueva revolución”, a partir del ascenso de las ultraderechas.
Por eso, se toma la libertad de destratar al jefe de Gobierno de España, país que es uno de los principales inversores en la economía argentina.
Buena parte de los argentinos no creen que luzca bien, ni que se justifiquen de algún modo el costo de esos viajes ideológicos cada vez más habituales para actuar de líder a escala internacional en escenarios recalcitrantes.