Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Rosa Bertino (Periodista especialista en temas del Espectáculo). El abrazo de Barack Obama a su mujer Michelle se ve tan fresco y espontáneo, que parece el acompañamiento indicado del triunfo electoral.
Sin embargo…
… la imagen data de agosto pasado y fue tomada al cierre de una convención demócrata en Iowa. Este es sólo uno de los tantos anacronismos del mundo virtual.
Hoy, sólo creemos lo que vemos… y que nos llega por un cable. Por mérito propio, esas pieles lustrosas y estrechamente unidas ya son “la foto» del año.
El martes 06/11, el presidente norteamericano la subió a su cuenta y, en menos de 24 horas, fue vista y aprobada por 4 millones de twitteros y reenviada por unos 600 mil; 200 mil reenvíos más que aquella conmovedora misiva de la niña con una dolencia terminal cuya última voluntad era ver a su ídolo, Justin Bieber.
Lo acontecido es otra muestra de la capacidad de comunicación de Obama, por cuya reelección nos alegramos, aun sabiendo que no cambiará nada.
¡Cuán importante es, saber comunicar! También confirma el enorme poder yacente en la maraña de las redes sociales. Maraña rima con araña. En este caso, la que se expande a través de chips, ordenadores y pantallas, que tiene más prolongaciones que un artrópodo.
Pero esa foto significa mucho más. Muestra a un matrimonio prodigándose afecto, dos simples seres humanos que no buscan diferenciarse de nadie sino parecerse al resto. Un mensaje de igualdad y clasicismo proveniente de una nación que se embandera con los derechos de las minorías, ya sean homosexuales, fumadores de cannabis o defiendan el aborto gratuito y a sola firma de la mujer.
Bien mirado, no se trata de ninguna paradoja. P
Para esos sectores, tener como presidente a un hombre vulgar y silvestre, casado y con hijos, un progresista moderado o conservador adelantado, como se lo quiera ver, es mucho más confiable que tener a un vanguardista con impredecible vida personal.
Todo cambia, menos el ser humano. Bien lo dice Jorge Amado en el prólogo de Doña Flor y sus dos maridos.