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Por Héctor Cometto. La lluvia jugó, marcó y determinó el River-Boca mojando todos los papeles previos. El fútbol siempre golea a la previsibilidad. Nunca se puede hablar antes, las verdades siempre serán relativas, el azar aliado con las fallas romperá certezas aún en estos tiempos tecnológicos que lo predicen todo. Esta es una razón principal para que sea el deporte más atractivo del mundo.
River y Boca parecieron jugar al Waterpolo en el Monumental | Foto: Télam.
Nada se pudo prever ni entrenar. La lluvia devolvió a los jugadores a un estado primario y ni siquiera el pase más cercano era fácil. El gesto técnico principal fue levantarla y por esa vía llegaron los dos goles. Tal vez la cortina de agua complicó al árbitro Vigliano y a su asistente en el no-penal de Gago, aunque no lo salva en la errónea decisión de expulsarlo. El juez fue el segundo factor preponderante a la hora de desvirtuar el clásico.
El factor climático de todas maneras sólo redujo apenas la enorme calidad de Teo Gutiérrez, que supo llevarla igual, la potencia de Chávez, la zurda de Colazo, la fuerza de Mercado, la peligrosidad de Calleri y la experiencia de Orión, aunque falló en el gol: la pelota le fue a sus manos, aun cayéndose. En el ajedrez de los entrenadores, Gallardo reforzó la cancha de arriba con Pezella y Arruabarrena iba a contrarrestar pero pensó demasiado el movimiento.
La lluvia, como en las películas, no pudo magnificar la posible proeza de Boca ni agregarle heroicidad al empate de River. Si reforzó la intensidad, suspenso, emoción y el drama de “otro” partido.■
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