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Por Juan Turello. Mauricio Macri está viviendo esos momentos de sabores agridulces que les depara la política a los gobernantes, señala mi nota en La Voz. La imagen positiva del Presidente roza el 60%. La de Cristina Fernández apenas alcanza al 30%.
Casi la mitad de los argentinos considera que saldrá perjudicada por las reformas, que terminarán de aprobarse la semana próxima en el Congreso.
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El costo político de la reforma previsional fue excesivo para un Gobierno que comunica mal y carece de flexibilidad y timing para sumar los cambios que propone la oposición a los proyectos.
La encuesta fue realizada por Gustavo Córdoba y mostró esa dualidad: la imagen de Macri crece, pero la sociedad advierte que hizo menos de lo que esperaba (56%).
Macri conserva muy buena imagen, pero la gente le reprocha que hiciera menos de lo que esperaba. Dudas sobre el próximo año económico.
Los sabores agridulces también forman parte de la actual coyuntura. La economía creció 4,2% en el tercer trimestre de este año y dejó atrás la caída de 2016. Hoy, el producto interno bruto (PIB) está en los niveles del tercer trimestre de 2015.
Poco para festejar. El 47% es pesimista sobre cómo estará la situación económica dentro de un año; el 46% cree que estará mejor, según la mencionada encuesta realizada a nivel país, previo al “diciembre caliente” que vivimos los argentinos.
Algo de razón les asiste: la reforma impositiva encarecerá el precio de algunos consumos, incluidos los realizados vía online; los ahorros pagarán renta financiera y la venta de una propiedad estará gravada, entre otros nuevos tributos que soportarán las personas. El Presidente había prometido una baja de la carga impositiva, que –por ahora- sólo será más aliviada para las empresas.
Los cambios no son gratis: la confianza del consumidor cayó 16% este mes sobre noviembre, según la encuesta de la Universidad Torcuato Di Tella.
Dos alertas para los trabajadores
Los datos macro del crecimiento de la economía no deben ocultar dos alertas:
Las ventas en el comercio minorista “están ahí”, con una leve recuperación, pese al trajín de las fiestas. El agobio aún no pasó para los sectores medios y medios-bajo, como reconoció Macri en su balance de las últimas jornadas.
La violencia volvió a instalarse entre nosotros. Los ataques al Congreso y los graves disturbios en las principales calles de la ciudad de Buenos Aires fueron protagonizados por grupos de la izquierda radicalizada, sectores del conurbano afines al kirchnerismo y militantes “de la cloaca de los servicios de inteligencia”, según el análisis realizado de Sergio Berensztein.
#violencia: «No son idiotas sueltos, sino mercenarios ejecutando un plan», dice @claudioofantini por los ataques de manifestantes contra la #ReformaPrevisional https://t.co/cDYfh10xvZ pic.twitter.com/D7Xl6l7FZL
— Juan Turello (@JuanTurello) 19 de diciembre de 2017
Los símbolos son por demás elocuentes: atacaron a la sede de las leyes, a un juez (Claudio Bonadío sufrió un cacelorazo en su domicilio), a un diputado (Martín Lousteau) y a un periodista (Julio Bazán). Representan las instituciones de la democracia.
Salvo el oficialismo y el peronismo racional, las demás agrupaciones no condenaron la violencia, pese a la elocuencia de las imágenes de televisión y las fotografías.
Salvo el oficialismo y el peronismo racional, las demás agrupaciones no condenaron la violencia, pese a la elocuencia de las imágenes de televisión y las fotografías. Por el contrario, volvieron a usar eslóganes de la década de 1970 para ocultar la clara intención de arrasar con todo y alentar un clima destituyente. Incomprensible para una agrupación que representó la voluntad popular durante más de una década.
Hay que recordarlo: nunca se sabe cómo termina la espiral de esa violencia.
¿Hay una parte del ADN de los argentinos que defiende la violencia para lograr sus objetivos y destrozar al que piensa distinto? La respuesta no es indiferente para los inversores externos y el clima de negocios que necesita la Argentina para recuperar su crecimiento.
Los graves sucesos del 14 y 18 de diciembre no fueron buenas cartas de recomendación para un Presidente que acababa de recibir elogios de los principales actores de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que por primera vez sesionó en Sudamérica.