Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Héctor Cometto. Las azaleas enmarcan y colorean el verde enmohecido hacia el gris por la tenue lluvia en Augusta, el territorio de la leyenda del «Pato» Cabrera. Ángel y Angelito, campeón y caddy (ambos en la foto), caminan, piensan, analizan, se cargan; concentrados y felices a la vez. Padre e hijo naturalizan y desdramatizan un momento clave en sus vidas, sintiendo y actuando como si estuvieran en Villa Allende, en el patio-links de su casa-pueblo.
Ese corpachón (“ropero traído por la inundación” podría remarcar el “Gato” Romero o cualquiera de los amigos que se juntan en la pulpería los viernes para el asado y maratón de chistes) se desliza, feliz y desmañado, por el lugar en el que recupera su esencia.
Aunque sea un club absolutamente elitista, él siempre se acomodó en su lugar y colmó su necesidad en el lugar que las very important people (VIP) jugaban por placer. Como remarca el «Gato»: «Unos juegan para bajar la panza, otros, como nosotros, por llenarla». Y su historia de película encuentra la locación perfecta en Augusta, y el triunfo está muy cerca para esa escena culminante que vive con su hijo.
No puede haber algo más cercano al ideal que compartir la ratificación de lo hecho en el 2009 con uno de sus descendientes, con el dueño del legado, con el principal sentimiento de la vida.
Es Augusta su segundo lugar en el mundo. Siempre se dice que el golfista juega contra la cancha, esta vez el “Pato” juega con la cancha. Más concentrado, no desmadra su potencia y la encauza en situaciones límites, disfruta de la regularidad que no mostraba su juego hacía mucho tiempo, tras desbarrancarse más abajo del puesto 200.
Y gana más allá de perder, resurge, revive, legitima su logro, tal vez el más difícil de concretar para el deporte argentino de todos los tiempos.