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Por Héctor Cometto (Periodista deportivo y comentarista de los ciclos informativos de Teleocho Córdoba). Dicen que en su último momento de lucidez preguntó a qué hora jugaba el Málaga, uno de sus grandes amores futbolísticos, ciudad que lo homenajeó con la glorieta que lleva su nombre entre La Palmilla y La Rosaleda: la placa dice “Futbolista Sebastián Viberti”.
Esas últimas imágenes tan positivas del Málaga, que en estos tiempos está clasificado para octavos de final de la Liga de Campeones, fueron las que se llevó a su tumba. El momento del club de la Costa del Sol es comparable al que le hizo vivir él cuando ocupó el medio del medio en 1969.
El centro de la cancha es el lugar para los que más saben, de fútbol y de la vida. Irradian su influencia hacia todos lados, descompensan si son irresponsables; apuntalan si son importantes; aportan cuando falta y reparten cuando sobra.
Ese era Sebastián Viberti, que se fue de golpe por un problema coronario, a los 68 años. Jugó en Talleres de Jesús María, San Lorenzo de Córdoba, Huracán de Parque Patricios y se convirtió en una gran figura de exportación del fútbol de Córdoba a España, junto con la “Milonguita” Heredia y Mario Kempes.
Al igual que Kempes y Heredia, no fueron solamente grandes jugadores, sino verdaderos portentos físicos, con imagen de símbolos, jugadores de gesto inclaudicable, de despliegue que conmociona y apasiona.
Frontal, sincero, apasionado. Admirado y valorado por siempre, humilde de cuna a mortaja, nunca pediría en su lápida más de lo que reza el reconocimiento de aquella plaqueta española, forjada en vida: «Futbolista Sebastián Viberti«.