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Por Claudio Fantini (Periodista, politólogo, docente de la UES 21, @ClaudiooFantini). El trayecto final de Hugo Chávez hacia la tumba puede estar plagado de señales que hay que descifrar.
Que la capilla ardiente se realice en la Academia Militar, sería una de ellas. Si bien parece normal como escenario para velar a un prominente militar, lo normal es que a los presidentes se los despida en el Parlamento, la Asamblea Nacional en el caso venezolano. Al fin de cuentas, a los presidentes abogados no los velan en los Tribunales ni a los médicos en la Facultad de Medicina.
Por eso, si la capilla ardiente en la Academia Militar constituye una señal estaría indicando que los militares reafirman su voluntad de ser uno de los pilares del nuevo régimen, y lo hacen marcando el terreno desde el féretro de Chávez.
¿Por qué necesitaría el Ejército emitir semejante señal? Porque el favorito de los militares era Diosdado Cabello, quien ni siquiera pudo presidir la transición de 30 días tal como lo dicta la Constitución bolivariana.
Venezuela está viviendo el delicado y complejo trance de reinventar el poder. Sucede que los liderazgos donde el poder se concentra absolutamente en una persona, o sea cuando el líder es la encarnación total del poder, la desaparición de ese líder impone la desaparición del poder, por tanto la necesidad de reinventarlo. Por eso, el futuro próximo de Venezuela será los que los actuales protagonistas de un Estado que ha quedado huérfano, sean capaces de hacer en esta coyuntura crucial.
Tienen a su favor la inmensidad del apoyo popular traducido en océano de lágrimas, pero transitan el riesgo que implica la desaparición de un líder que abarcaba la totalidad del poder. El vacío que dejan estos líderes, suelen llenarse con fanatismo ideológico, como hizo Jiang Qing y su «Banda de los Cuatro» al morir Mao Tse-tung. Sucede que los herederos del poder vacante suelen entrar en pánico ante la posibilidad de que con la desaparición del líder se diluya el apoyo popular al régimen.
De momento no hay señales alarmantes, pero con la muerte de Chávez, Venezuela ha ingresado en la dimensión desconocida.
El efecto «dolor popular» acunará a la nueva cabeza del gobierno, pero más temprano que tarde la continuidad de ese respaldo dependerá de la estabilidad de la economía y de la ausencia de fisuras en la cúpula dirigente.
Cuando era adolescente, además de militar en la rama estudiantil de la Liga Socialista, Nicolás Maduro era baterista de una banda de rock llamada “Enigma”. Hoy, esa palabra no está escrita en el tambor mayor de su batería, sino que acompaña sus primeros pasos como sucesor natural de Chávez.