Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. ¿Quién tiene razón: Barack Obama que duda antes de ordenar una acción militar (inminente) sobre Siria o la oposición republicana, que lo acusa de ser un pusilánime, cuya indecisión da tiempo al régimen de Damasco para cometer crímenes brutales?
Tras el presunto ataque con armas químicas aparentemente perpetrado en un suburbio de la ciudad capital, el presidente norteamericano se limitó a incrementar la presencia naval frente a las costas sirias, pero duda aún, sin dar la orden de abrir fuego contra cuarteles, arsenales y bases del régimen.
Desde la oposición, el senador republicano John McCain (en la foto en el debate antes de las presidenciales de 2008) le exigió que Estados Unidos entrara en acción de una vez por todas, argumentando la masacre cometida con armas químicas, la línea roja que el jefe de la Casa Blanca había exigido al régimen sirio no cruzar.
Esa es la posición asumida también por Francia y por Turquía. Sin embargo, parece haber más sensatez en la duda de Obama que en la seguridad de McCain.
¿Qué sucede en Siria?
Siria tiene un régimen criminal, y actuó desde un primer momento con la mayor brutalidad. Pero es difícil tener certeza de que haya sido el autor del ataque aniquilador perpetrado en un suburbio. De la élite que impera en Siria desde el golpe de Estado de 1970 se puede esperar cualquier cosa, pero no la estupidez. Y habiendo acordado días antes una inspección de la ONU sobre el uso de armas químicas, resulta increíblemente estúpido cometer un crimen de ese tipo.
Tiene más lógica pensar que fue alguna de las brigadas yihadistas que Al Qaeda introdujo en el conflicto. Por caso, Al Nusra, grupo ultra islámico al que la policía turca le incautó un cargamento con gas sarín. ¿Por qué una fuerza rebelde masacraría civiles en uno de los pocos suburbios de la capital controlados por civiles? Precisamente, porque el mundo sospecharía inmediatamente del régimen y Estados Unidos podría decidir una acción militar en represalia.
Nada puede descartarse en una guerra en la que los villanos no están en un solo bando. Por eso es más sensata la duda de Obama que la certeza de McCain. También porque la historia enseña a los norteamericanos que derribando un régimen criminal no necesariamente se terminan los crímenes, sino que incluso puede comenzar algo peor. Fue lo que ocurrió en Irak tras la caída de Saddam Hussein.
Aunque la negligencia del entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld y de su virrey en Bagdad, Paul Bremen, agigantaron el caos aboliendo el ejército, proscribiendo al partido del régimen y echando de la administración pública a los baasistas, la caída de Saddam Hussein implicaba en sí misma la apertura de una puerta a los ultra-islamistas, para que libraran una “jihad” (guerra santa) contra las fuerzas de ocupación y sus aliados chiítas y kurdos de Irak.
El apuro de Turquía para que caiga el régimen tiene que ver con la inestabilidad que esta guerra civil está generando en toda la región, con la ola de refugiados que tuvo que albergar y con los ataques del ejército sirio derribando un avión militar turco y alcanzando con artillería aldeas de Anatolia.
Menos entendible es el apuro del presidente francés Francois Hollande, aunque a simple vista se trata del viejo rencor entre París y el régimen fundado por Hafez el Assad hace 43 años.
Obama sabe que la rebelión en Siria se contaminó con jihadistas y podría repetirse lo que Estados Unidos ya vivió en Afganistán, donde las armas que entregó para luchar contra el ocupante soviético, después quedaron en las manos del régimen talibán. Y la guerra para extirparlos aún sigue siendo un laberinto. ●