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Por Claudio Fantini. No fue una elección entre dos candidatos, sino la competencia entre el aparato total del Estado y un desafiante desde el llano. La desventaja era visible y gigantesca. ¿Por qué entonces el aparato estatal no logró las victorias amplias y contundentes que obtenía en las elecciones anteriores?
Porque antes el Estado tenía una encarnadura: Hugo Chávez.
En otras palabras, el estado era Chávez. Ergo, no tenía el aspecto de un gigantesco aparato, sino el carisma y el candor de un exuberante líder caribeño.
Nicolás Maduro tuvo a su favor la vastedad del Estado y el efecto luto, es decir la ola de emoción popular por el líder fallecido. Los venezolanos sabían que era el sucesor de Chávez, no porque lo haya “bendecido” el propio muerto en forma de “pajarito chitico”, sino porque lo último que Chávez dijo a los venezolanos, antes de partir hacia la invisibilidad definitiva, fue que Maduro era su sucesor y que a él debían votarlo si algo malo le pasaba.
No obstante, el sucesor apenas pudo lograr una ventaja mínima que deja dudas. Al fin de cuentas, es lógico sospechar que el resultado anunciado pudo ser la consecuencia de un fraude perpetrado en esa larga e injustificada demora en hacerlo público.
En todos los comicios y referéndums que poblaron los últimos 15 años en Venezuela, mucho antes de la medianoche ya aparecía Chávez festejando en el balcón de Miraflores, con el resultado final en las manos. El voto electrónico permite un conteo veloz, en pocas horas. Sin embargo, este domingo fue como si se hubiera sufragado con el viejo sistema de las papeletas a contar una por una.
Sin descartar que el resultado anunciado sea el verdadero, lo que se plantea en esta columna es que resulta lógico sospechar la siguiente escena: como en la elección de 1989, que el sandinismo perdió contra Violeta Chamorro, el chavismo se encontró en las urnas una sorpresa ingrata. Como lo hizo el FSLN durante una larga noche en Nicaragua, el chavismo debatió si debía aceptar la derrota y entregar el poder, anular las elecciones o perpetrar un fraude. Pero a diferencia de lo decidido por el sandinismo en aquella ocasión (tras una larga y tortuosa deliberación interna, aceptó la derrota), el chavismo podría haber decidido retocar el resultado colocando a su favor la leve diferencia que tuvo en contra.
Para que la justicia electoral chavista pueda hacer ese retoque de la manera más prolija posible, necesitó esas largas horas que pasaron entre el cierre de las urnas y el anuncio del resultado.
Repito: esto no es afirmar que hubo fraude. Esto es señalar que, como se dieron las cosas y en vista del resultado, resulta lógico sospechar.
Pero aún en el posible caso de que el resultado anunciado sea absolutamente cierto, el veredicto de las urnas resalta más a Capriles que a Maduro.
Sucede que es más meritorio haber perdido portan poco siendo el desafiante desde el llano, que haber ganado tan escuálidamente siendo el candidato del aparato estatal, bendecido públicamente por el mismísimo Hugo Chávez.
Por eso lo que Maduro tiene por delante es muy difícil. La economía está en el umbral de la estanflación y ya no podrá facturarle a Chávez otra megadevaluación como la que se hizo meses atrás. Por cierto, es imposible que Chávez la haya ordenado, pero eso fue lo que dijo el gobierno chavista cuando aplicó el tremendo ajuste a través de la moneda nacional.
Pues bien, de ahora en más, lo que deba hacer para revertir el notorio agotamiento del modelo vigente, deberá asumirlo el propio Maduro. Y a juzgar por lo que visto en las urnas, el desgaste que sufrirá va a ser enorme y veloz.