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Por Claudio Fantini. Movilizar las fuerzas de disuasión como ordenó Vladimir Putin, significa poner el dedo en el gatillo nuclear. El presidente ruso confiaba en que el sistema de defensa ucraniano se desmoronaría en las primeras 48 horas de la invasión y que sus tropas podrían desfilar por la Plaza Maidán, en el corazón de Kiev, horas después de haber ganado la batalla en Chernobyl, que es la antesala de la capital. También esperaba que Volodimir Zelenski huiría como una rata mientras el ejército de Ucrania se desbandaba. Pero nada de eso ocurrió.