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Por Claudio Fantini. El hecho pasó desapercibido, pero es aleccionador. Suiza le negó el plácet al elegido del Gobierno para ocupar el cargo de embajador en la Confederación Helvética. Mauricio Macri intentó que Claudio Zin fuera su embajador en Suiza, pero el país europeo lo rechazó por no ser diplomático de carrera.
Ser un médico mediático no implica que Zin no esté relacionado con la política. Fue ministro de Salud del gobierno de Daniel Scioli en Buenos Aires y es senador en Italia en representación de los italianos que habitan la Argentina.
Por su exposición mediática y por carecer de experiencia diplomática, las autoridades suizas reaccionaron mal ante el pedido de plácet que le formuló el gobierno argentino. Y tienen razón.
Este papelón diplomático no es el primero de Macri. Muchos países, a diferencia de Panamá, se hubieran ofendido de que la Argentina les enviaran de embajador a Miguel Del Sel. A juzgar por la reacción frente a Zin, la Confederación Helvética probablemente habría roto relaciones si le mandaban al ex Midachi. Hasta el momento, en ninguna de las entrevistas que le hicieron Del Sel habló de las relaciones comerciales y políticas entre Buenos Aires y Panamá. Habló de fútbol, contó que bailó en televisión y otras cosas por el estilo.
Antes de regresar a la ONU, Malcorra debiera proponer límites para la práctica de designar embajadores que no son de carrera. Suiza le dio pie para que lo haga
Pero, a pesar de tener en común una política bancaria oscura, Suiza no es Panamá. Y por escuchar el mal consejo de su secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo, en lugar de atender a su prestigiosa canciller Susana Malcorra, el Presidente metió la pata en su primer contacto con un país serio.
Ser diplomático de carrera no garantiza profesionalismo y seriedad. Uno de los peores diplomáticos argentinos era de carrera: Oscar Spinoza Melo, el embajador designado por Carlos Menem en Chile, que hacía orgías en la sede diplomática y protagonizaba escándalos de todo tipo.
El error cometido con Suiza debe aleccionar no sólo al Gobierno actual, sino a la política de un país que siempre usó las embajadas para premiar apoyos, pagar facturas políticas o sacarse de encima aliados molestos mediante el llamado “exilio dorado”.
Antes de regresar a las Naciones Unidas, la experimentada Malcorra debiera proponer límites para esas prácticas irresponsables. Suiza le dio pie para que lo haga.