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Por Héctor Cometto. Sus movimientos son impactantes. Su look vikingo, esa imagen de guerrero mítico, esos pasos kilométricos, la pelota de básquet agarrada en una mano sola como si fuera una fruta, parece una naranja. Es el gran Walter Herrmann que ha vuelto al juego.
Y busca cortar la red para llevársela como testimonio tal cual lo hizo en su última temporada en Baskonia, de España, en 2010. Se retiró y solo volvió a jugar en su club de origen en Venado Tuerto, el Chanta Cuatro, con sus amigos, hasta que se juntaron sus ganas y la muy buena relación con Felipe Lábaque para volver a Atenas e intentar llegar al Mundial de España el año próximo.
Alguna vez también estuvo cortando las redes del aro en Campos, Brasil. Argentina acababa de ganar el Sudamericano venciendo en la final al organizador y él fue fundamental. Sólo hacia un año que había perdido a su madre, su hermana y su novia en un accidente fatal. Minutos después se enteraría del fallecimiento de su padre en su ciudad, por un paro cardíaco. Se sobrepuso a todo.
Rubén Magnano mantuvo su convocatoria y ganó la medalla en Atenas. Hoy, está casado con una médica de Málaga, hija del podólogo del club Unicaja. España es su Venado Tuerto en Europa, Córdoba es su ciudad NBA en la Liga Nacional.
Fuerte y temperamental, alguna vez reaccionó feo con Magnano, porque consideraba que no le daba el lugar que merecía.
Ya van dos partidos y parece intacto; fue decisivo aún arriesgando más minutos de los aconsejables, porque no pudo completar toda la pretemporada. Esta aquí, entre nosotros, se lleva las principales ovaciones. Son aquellas que surgen de la admiración plena por alguien que compitió con todo, ganó y eligió jugar donde juega; eligió volver para ser leyenda en un club legendario.■