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Por José Luis Arnoletto. Para muchos es un caso de estudio socioeconómico y hasta psicológico, la eterna debilidad de los argentinos hacia el dólar, que los lleva a pensar y actuar en esa divisa. Para otros, es una de las posibilidades más sencillas de cuidar el poder adquisitivo ante la falta de alternativas.
Uno diría que son modos equivocados de pensar, que hay técnicas más eficientes para preservar el poder adquisitivo; que el dólar se está depreciando en el contexto internacional, etcétera, pero es difícil luchar contra los usos y costumbres y más aún cuando la mayoría de las veces el que apostó al dólar no sólo no perdió, sino que ganó.
El aumento sostenido de los precios de bienes y servicios en los últimos siete años (inflación) hace que muchos argentinos busquen posicionar sus tenencias de dinero en dólares. No es el caso de la mayoría de los empresarios, quienes tratan de convertir sus activos en maquinarias, mercaderías, instalaciones y otros activos productivos en desmedro de los créditos, depósitos y tenencias de dinero en moneda local.
❝Es difícil luchar contra los usos y costumbres: más aún cuando, la mayoría de las veces, el argentino que apostó al dólar, ganó❞.
La segunda arista a considerar es que en los últimos 12 años, desde la salida de la convertibilidad y la mega devaluación que volvió milagrosamente competitiva a nuestra economía, lenta pero inexorablemente el tipo de cambio real fue deteriorándose, encareciendo los productos y servicios locales y abaratando -en términos relativos- los importados. La consecuencia es una mayor demanda de dólares para satisfacer las necesidades del mercado externo, cada vez menos superavitario.
Siguiendo el combo, en los últimos cuatro años nuestro país pasó de ser un exportador neto de petróleo y derivados a ser importador neto, ocasionando un componente de demanda de divisas que anteriormente no existía.
Y para completar, la oferta de dólares se vio menguada por malas cosechas, precios internacionales en declive y un contexto poco amigable a las inversiones extranjeras. Todo esto genera un mercado de cambios con desajustes entre oferta y demanda.
Y tal como lo aprendimos en las nociones básicas de economía, ante más demanda que oferta de cualquier bien, o sube el precio para lograr un nuevo equilibrio, o hay escasez de ese producto.
Cuando el gobierno observó la escasez implementó restricciones a la comercialización de la divisa que convirtieron al llamado “mercado único y libre de cambios” en cualquier cosa, menos eso.
Usted se preguntará por qué hasta aquí no mencioné los holdouts, la deuda externa y demás. Porque considero que la pirotecnia mediática del último año respecto al fallo de la Justicia norteamericana no es la causa de la falta de dólares, sino la excusa para justificarla.
¿Qué puede esperarse?
Un aumento del tipo de cambio desalentará parcialmente la demanda de los ahorristas, incrementará el poder adquisitivo de exportadores, favorecerá la liquidación de granos y reducirá la demanda de importaciones, sustituyendo proveedores externos por internos.
Para poder darse esto sin que se disparen los precios será necesario un gobierno confiable y previsible, que genere las condiciones de confianza en los consumidores, los empresarios y los mercados financieros. Si no se dan esas condiciones, se agravarán las restricciones, que ya empezaron a afectar al consumo, al ahorro, y, lo más lamentable, al empleo.■