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Por Héctor Cometto (Periodista deportivo, analista en los ciclos informativos de Teleocho Córdoba). Sucedió con Holanda en 1974 y su segundo puesto en el Mundial de Alemania. Con el Huracán de Cappa en aquella noche de Vélez y Brazenas.
Las historias de los equipos de juego ideal que no llegan a coronar y…
… por lo tanto, dejan trunca su revolución soñada abarcó, afectó, minó y alteró definitivamente también a Instituto de Córdoba.
Es que ser honesto, brillante y también exitoso es tan difícil que sólo serán las excepciones las que lo lograrán, tanto en la vida como en el deporte. Por eso es tan grande, máximo, único, irrepetible, lo del Barcelona.
Volvamos a la última gran revolución futbolística, surgida desde Córdoba. La aparición del equipo de Darío Franco llamó la atención de todos y robó el protagonismo hasta del mismísimo River en el año de su máxima caída. Fue campeón antes de tiempo, nadie gana en las vísperas y su desmoronamiento todavía se siente.
Como siempre pasa, los primeros que se sacuden las ropas de las derrotas son los que están de paso: los jugadores que emigran superan la resaca que todavía afecta a los que quedan.
Y los nuevos resultados, las nuevas caras, los nuevos desafíos no consiguen hacer olvidar el haber llegado -casi- a la utopía de ascender con el equipo admirado por todos, con jugadores humildes surgidos de la nada y con el pibe de las inferiores convertido en jugador franquicia, como les llaman en la NBA al más dotado, representativo y desequilibrante, el que se banca con su foto la imagen del equipo, esa foto de los 11 que nunca sale.
Y detonó las profundas diferencias entre directivos que casi desbaratan todo en pleno transcurso del sueño, volando la institucionalidad por los aires, sin poder determinar todavía los daños centrales. Y la capacidad de seducción y convencimiento del entrenador, base esencial de aquel proceso, se ve esmerilada definitivamente.
Y no se puede esperar cinco triunfos al hilo para que el clima cambie y todo se encarrile. Instituto es un club importante para depender de si la pelota entra o no. El «acuerdismo» es la barrera para detener la caída, valga el juego de palabras para remarcar la necesaria apertura del presidente para contener a todas las facciones y aminorar las grietas. Es la amplitud de Juan Carlos Barrera para superar lo que le marcan como errores estructurales propios, porque se le fueron muchos, demasiados, de su lado, desde Carlos Sabagh hasta José Teaux.
Y es la adaptación posible de Darío Franco a las características de sus nuevos jugadores y del fútbol argentino que ya le tomó la mano a sus planteos, para evolucionar y cambiar, que no necesariamente implica perder sus fuertes convicciones, simplemente ordenarlas para que no se conviertan a esta altura en peligrosas ataduras que pueden ahogarlo.
Y frenar la caída desde aquella altura celestial aquí en la tierra y su realidad, y no en el peor de los infiernos.