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Por Eugenio Gimeno Balaguer. «La conducta es el espejo, en el cual todos muestran su imagen». Decía Johann Wolfgang von Goethe. Todo es imagen. Son frecuentes las veces que escuchamos esta frase. Pero, ¿qué entendemos por esto? Para muchos, la imagen es una enorme fuerza de seducción que hay que aprovechar. Así, cuidan cada detalle y se centran en la apariencia. Les preocupa «cómo se ven las cosas».
Pero «cómo se ve la cosa» no depende únicamente de la cosa, sino del que mira. Y así nos encontramos con un dilema: si no tenemos «control» sobre el que mira, ya no importa tanto preguntar ¿qué imagen estamos dando?, sino más bien: ¿qué imagen tienen de nosotros? O, si cambiamos el punto de vista, ¿vemos lo mismo que nos muestran los que nos ven?
¿Cómo nos ven los demás?, es una pregunta que nos deberíamos hacer frecuentemente, si yo digo: “Me veo como me veo y no me importa cómo los demás me ven”, corro un gran riesgo porque en función de cómo me ven los demás, me invitarán o no; me contratarán o no.
Si yo protesto y digo: “¿Por qué a mí no?”, debería alguien decirnos: “¿Averiguaste como te ve el otro?”, y allí tendríamos que realizar acciones para que la imagen que tenemos de nosotros mismos coincida con la que los demás tienen de nosotros.
No me sirve para crecer que me digan “no te preocupes, todo está bien”, cuando saben que lo puedo hacer muy bien. Si me sirve que me digan: “Está mal, vos lo podés hacer mejor”, porque seguramente ven en mi potencialidades que yo no veo, y eso si me ayudará a crecer.
Todo es imagen, porque aun lo que -en apariencia- no mostramos, termina haciéndose «visible» a los ojos del observador… de muchas formas.
Y esa «superposición de imágenes», determina finalmente nuestra coherencia, nuestra confiabilidad y nuestra paz interior.