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Por Claudio Fantini. El papa Francisco sabe que su invitación a Alejandra Gils Carbó al Vaticano es un mensaje político claro y contundente. El encuentro de jueces y fiscales, que se realizará en noviembre, es la excusa. El Papa sabe que la Procuradora General expresa abiertamente a un sector politizado y partidista del sistema judicial argentino.
Sabe que la agrupación Justicia Legítima no es un foro donde debaten magistrados que se identifican con tal o cual corriente de la Filosofía del Derecho, sino una agrupación lisa y llanamente kirchnerista, que se dedica sistemáticamente a trabar todos los procesos por corrupción que tienen como protagonistas a funcionarios del anterior gobierno.
La posición política de Justicia Legítima y de su jefa, Alejandra Gils Carbó, no es algo que interpreten analistas políticos, periodistas y dirigentes opositores. Es lo que han proclamado desde un primer momento. Muchos de los fiscales y jueces autoidentificados como kirchneristas ya visitaron el Vaticano por invitación del Papa, entre ellos Enrique Senestrari, quien recientemente abogó por la caída del presidente Mauricio Macri y ayer visitó a la detenida Milagro Sala, la cual también recibió bendiciones de Francisco.
Sería absurdo imaginar que el pontífice argentino desconoce los esfuerzos de la Procuradora General para mantener un blindaje de impunidad sobre Cristina Kirchner, y el manejo partidista y sectario que hace desde su estratégica función.
Si se tiene en cuenta que el jefe de la Iglesia Católica sabe lo que todos los argentinos saben, entonces el mensaje al Gobierno nacional es claro: “no se metan con Cristina”.
En rigor, la coraza judicial alcanzaba también a protegidos claves del gobierno anterior, por caso Jorge Castillo, el rey de La Salada al que acaban de arrestar, tras un intenso tiroteo, con un arsenal y un cuerpo de sicarios que torturaba a quienes robaban en ese mercado protegido por Guillermo Moreno, el ex funcionario que había recibido la bendición política de Francisco para la formación una fuerza partidaria junto a Gustavo Vera.
Desde un principio estuvo claro que el visible enojo del Papa con Macri no tenía que ver con el supuesto peronismo del entonces cardenal Jorge Bergoglio.
Es imposible suponer que un hombre de la Iglesia, con semejante carrera en la curia, anteponga sus simpatías y antipatías políticas a su función en el clero. Además, antes de llegar al trono de Pedro se había llevado bien con gente de todo el arco político, salvo con Néstor y Cristina, quienes lo habían declarado jefe de la oposición.
Una hipótesis sobre ese poco diplomático mal trato de un pontífice a un presidente, con su correlato en el respaldo claro y contundente a los magistrados que politizan el sistema judicial a favor del kirchnerismo, sería la siguiente:
Macri decidió, entonces, no usar a sus operadores judiciales para frenar el embate por las causas que involucran directamente a la ex presidenta.
Sólo eso puede explicar los permanentes destratos del Papa al presidente y las constantes muestras de apoyo a figuras como Moreno, Milagro Sala y a la cofradía judicial que lidera Gils Carbó.
Lo que seguirá siendo un enigma es la razón que está detrás de la alianza entre el jefe de la iglesia y la ex presidenta.