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Por Claudio Fantini. La derrota frente a un candidato opaco como Esteban Bullrich, acrecienta la debilidad política de Cristina Kirchner. Y la debilidad política es directamente proporcional a la vulnerabilidad judicial. Más vulnerable ante jueces y fiscales que la investigan por corrupción, la ex presidenta intentará patear tableros porque verá en la violencia política, el escenario de inestabilidad que necesita para mantener la cuota de liderazgo que el PJ ya no está dispuesto a concederle.
Su primer lectura del resultado electoral fue que la sociedad la eligió como líder de la oposición. Los números de votos parecen darle la razón, pero es una ilusión óptica. El peronismo quedó devastado por el reinado de la mujer que humilló al Partido Justicialista y lo encerró en la intrascendencia.
Cerrar filas nuevamente ante el monarquismo verticalista y sectario que ella ofrece, sería llevar demasiado lejos el síndrome de Estocolmo que lo llevó a este estado de coma.
El peronismo puede tener más futuro sin Cristina que detrás de Cristina. Varios gobernadores peronistas salieron a reconocer tan temprano la derrota ante los candidatos de Macri.
El peronismo puede tener más futuro sin Cristina que detrás de Cristina. Probablemente por eso, varios gobernadores peronistas salieron a reconocer tan temprano la derrota ante los candidatos de Macri. Luego de que Leopoldo Moreau violara la regla diciendo que sus bocas de urna le anunciaban la victoria de la ex presidenta, al comicio lo sobrevoló el fantasma de una denuncia de fraude.
Moreau daba temprano una señal de que Unidad Ciudadana denunciaría fraude si Cristina Kirchner era vencida por un rival de bajo voltaje como Bullrich. Un coro de gobernadores derrotados reconociendo el triunfo oficialista, le advertía al cristinismo orgánico que quedaría aislado si apostaba a la denuncia de fraude.
De ese modo, habría sido conjurado un plan para dar el primer paso hacia el antisistema. Porque de eso se trata. Para los liderazgos de naturaleza hegemónica, si el sistema ya no sirve para obtener poder, lo que queda es enfrentarlo. Pero antes hay que justificar tal enfrentamiento.
Las usinas cristinistas comenzaron de inmediato a difundir que lo ocurrido en las urnas fue el triunfo de la “mediocracia”. La palabra hace referencia a una conjura de los medios de comunicación contra la candidata del “campo nacional y popular”.
Si los medios de verdad pudieran imponer un resultado, no se explicarían las derrotas de tantos gobernadores que, inyectando millonarias pautas publicitarias, gravitan sobre la línea editorial de muchos medios. La propia Santa Cruz desmiente el estratagema de la “mediocracia” difundido por las usinas kirchneristas y rezado por la vasta feligresía K.
Nada menos que en su feudo, el kirchnerismo sufrió una derrota aplastante, a pesar de tener bajo su influencia a los principales medios de la provincia. Una realidad construida cuando Néstor Kirchner era gobernador. Mediante la pauta publicitaria, su chofer, Rudy Ulloa Igor se convirtió en el dueño del grupo de medios Austral, que incluye los principales diarios, radios y canales de televisión.
Más allá de las argumentaciones que sólo se pueden creer desde el kirchnerismo feligrés, Cristina Kirchner parece haber entrado a la etapa final de su liderazgo. Y en esa etapa, lo que cabe esperar es la radicalización hacia un izquierdismo antisistema.
Patear el tablero de la estabilidad política para empujar el país a un tembladeral que desestabilice al Gobierno, puede ser el último refugio de un liderazgo en riesgo de extinción y jaqueado por jueces y fiscales que la investigan por megacasos de corrupción.