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Por Claudio Fantini. Protestar en Irán no es lo mismo que protestar en la mayoría de los países occidentales. Además del riesgo de ser baleado por la policía o linchado por fuerzas de choque, un manifestante iraní puede ser acusado de cometer moharebeh, o sea, “atacar a Dios”, por lo cual el castigo es la pena de muerte. Por eso, las manifestaciones contra el régimen iraní llaman tanto la atención en el mundo.
En la llamada “revolución verde “ de 2009, hubo más de medio centenar de muertos y cientos de encarcelados. Los matones del régimen, llamados Bajid, pasaron semanas realizando linchamientos en universidades y colegios.
Ahora, en dos días de marchas y protestas, la represión ya deja dos docenas de muertos. Pero las protestas siguen.
El Estado iraní es un monstruo de dos cabezas, una de las cuales contiene las neuronas que manejan los órganos claves. O sea los jueces, las fuerzas militares y los aparatos represivos y de inteligencia.
La otra cabeza tiene neuronas con menos atributos y, para colmo, pueden ser bloqueadas desde el cerebro que tiene poder fáctico.
En la cabeza más limitada del Estado persa están los poderes Ejecutivo y Legislativo. El presidente y los legisladores que ocupan las bancas del Majlis (Parlamento) surgen del voto popular. Sin embargo, la cúpula religiosa tiene las atribuciones para obstruir sus decisiones y reformas.
Los poderes que representan al voto ciudadano evidencian una mayoritaria voluntad reformista y contraria a la teocracia. Por eso, el voto llevó al gobierno a moderados y reformistas como Alí Akbar Rafsanjani, Mohamed Jatami y Hassan Rohani.
La frustración que produjo ver fracasar al gobierno reformista de Jatami, por las trabas que le puso el alto clero, permitió ganar la elección a Mahmmud Ahmadinejad. Pero a la reelección, el líder fundamentalista la conquistó con fraude, porque en las urnas había ganado el reformista Mir Husein Musavi. La consecuencia fue una gran protesta, finalmente aplastada por la represión con fuerzas de choque y grupos parapoliciales como los Basij.
La actual ola de protestas estalla por el desempleo y los aumentos de precios y tarifas.
El acuerdo nuclear de 2015 comenzó a desandar el aislamiento internacional agravado por Ahmadinejad, pero sus consecuencias benéficas tardan en llegar a la gente, sobre todo porque el poder religioso sigue bloqueando reformas económicas claves que impulsan el gobierno y el Majlis.
Las razones económicas son la chispa, pero el combustible que moviliza a las masas es el descontento de la clase media con la teocracia y su máximo líder: el ayatola Alí Jamenei. Según el sucesor de Ruholla Jomeini, detrás de las protestas hay potencias enemigas de Irán, entre ellas Estados Unidos e Israel.
Es verosímil que la Istakhbarat (aparato de inteligencia saudita), cumpliendo órdenes del poderoso príncipe Mohamed bin Salman, haya lanzado el primer fósforo. Pero el descontento siempre está.
Y va creciendo con cada gobierno que intenta reformas y aperturas que acaban sofocadas por ese clero oscurantista que detenta el poder real.