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Por Héctor Cometto (Periodista deportivo, analista en los ciclos informativos de Teleocho Córdoba). Ocupan el laberinto de los grandes protagonistas, con sus manejos distantes de la normalidad de los demás. David Nalbandian y Juan Román Riquelme, con sus particulares retornos…
… tienen muchas similitudes.
David llegó a la final de San Pablo, pegó el gran golpe ante Nicolás Almagro y va a volver a dar lucha mientras su físico se lo permita. Otro retorno de un grande. Se lo esperaba, aunque el domingo último perdiera ante otro grande: Rafael Nadal 6-2 y 6-3.
Ambos saben todo de su deporte. Tienen los fundamentos para tomar las decisiones en momentos de alta exigencia, y también la personalidad necesaria. Al desbordar su conocimiento, pueden creer que no necesitan ni técnico ni coach. Al desmadrar su personalidad, su egocentrismo les hará imposible jugar en equipo.
Se saben centro de atracción, fueron sobresalientes desde pequeños y no tuvieron que sortear adversidades físicas, descalifican el periodismo, pero no vacilan en utilizarlo para la concreción de sus fines, y tienen como rivales directos a los “buenos” (Martín Palermo y Juan Martín Del Potro).
Ellos no odian, desprecian. Cito aquí -vía Claudio Fantini- a Schopenhauer: el desprecio implica una infravaloración del otro, mientras que el odio suele fermentar en el reconocimiento de virtudes del ser odiado.
Apático e inexpresivo Román, confrontativo y seductor serial David, ambos son verdaderos en su vuelta al lugar donde fueron felices, Don Torcuato y Unquillo. Sin círculos poderosos y profesionalizados, la guardia pretoriana la conforman familia y amigos.
Les quedará la espina de la gran conquista con la celeste y blanca (aunque David volverá a intentarlo), mientras las figuras principales de hoy, Delpo y Messi, los quieren bien lejos.
Cracks por siempre, los seguiremos disfrutando y discutiendo, porque, y es otra simetría: no habrá ninguno igual.