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Por Claudio Fantini. La masacre en el aeropuerto de Kabul señala que el conflicto en Afganistán ingresó en una dimensión insólita. En esta etapa, pueden ocurrir los acontecimientos menos esperados. Por caso, una alianza de hecho entre Joe Biden, al frente del gobierno de Estados Unidos, y los talibanes. Parece descabellado, sin embargo, no lo es. Veamos por qué.
Biden explicó su apuro por salir de Afganistán antes de setiembre al decir que se esperaba un inminente ataque devastador de ISIS-K. O sea, el gobierno norteamericano ya tenía información sobre esa organización terrorista, y esa información puede haberla recibido de los talibanes.
También el ISI, aparato de inteligencia paquistaní, puede haber pasado esa información a Washington, pero hay señales claras de que los militares norteamericanos reciben información de los talibanes.
Algo tan insólito, como una colaboración entre los talibanes y Estados Unidos, puede ocurrir porque tienen un enemigo en común.
La letra K, que se añade a la sigla del Estado Islámico Irak-Levante, (ISIS) significa Khorasan, que en farsi quiere decir “donde sale el sol”. Esa es la denominación que el antiguo Imperio Persa dio a sus confines de Oriente.
El Khorasan abarca el este de Irán, parte de Afganistán y Pakistán y parte de las actuales repúblicas de Turkmenistán, Uzbekistán y Tadyikistán.
El ISIS-K se incuba dentro del movimiento talibán paquistaní. Entre 2014 y 2015, los miembros más jóvenes de Terik-e Talibán, uno de los grupos armados pashtunes que dominan el valle del río Suat, se separan y se autoproclaman ISIS.
Este grupo cuestiona a los talibanes de Afganistán y Paquistán por ser demasiado moderados para atacar y castigar a los que ellos consideran infieles, apóstatas, herejes y pecadores.
Al incorporarse a ISIS, asumieron el proyecto del Estado Islámico que surgió como desprendimiento de Al Qaeda.
Lo que se llamaba Al Qaeda Mesopotamia y había fundado Abu Mussab al Zarqaui, se transformó en ISIS para extender su accionar bélico a la guerra civil Siria.
Pero ISIS mantuvo el objetivo fundacional de Al Qaeda: construir un califato que abarque lo que fue el imperio otomano.
Osama Bin Laden proclamó la construcción de un califato que se extendiera desde Al-Andaluz (la antigua España mora) hasta Bujará y Samarkanda, dos ciudades emblemáticos del antiguo Khorasan, hoy bajo soberanía de Uzbekistán.
Una diferencia clave es que los talibanes tienen por proyecto un emirato (un estado), y el ISIS-K, como el resto de Estado Islámico, pretende un califato (un imperio).
Los talibanes deben optar entre un acuerdo con ISIS-K, que impediría en Afganistán un régimen moderado, como pretenden los líderes que vivieron los últimos años en Qatar y negociaron con los norteamericanos.
Si los talibanes aceptan como líder al mullah Abdul Ghani Baradar y su modelo moderado, seguirán en guerra con ISIS-K.
Y si esa guerra se complica para ellos, no sería descabellado que Irán intervenga en la región de Hazajarat, con la bendición talibán y norteamericana, y que Estados Unidos y el régimen talibán colaboren mutuamente para vencer a ese enemigo en común: el ISIS-K.