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Por Juan Turello. Luego de casi tres años de un Gobierno que creó y rearmó con sus críticas, Cristina Kirchner volvió a defender un modelo, el cual, como en el popular juego El Gran Bonete, no reconoce su responsabilidad en la alta inflación que soporta la Argentina, señala mi nota en La Voz. Nada parece que es de su responsabilidad, en una administración que -encabezada por Alberto Fernández- no tiene entre sus prioridades el combate a la inflación, más allá del eslogan guerrero que el Presidente lanzó el 18 de marzo, casi ocho meses atrás. Repasemos.
La actitud de la gestión de Alberto Fernández es a contramano de lo que sucede en el mundo.
La Reserva Federal (el Banco Central) de Estados Unidos aumentó las tasas de interés a un nivel similar al de 2007, para favorecer el ahorro y disminuir el consumo, que alentaría una baja de los precios.
La contracción en los países más desarrollados reducirá la demanda de bienes y servicios, con impacto en los precios de los granos que exporta la Argentina.
Ana Botín, la presidenta española del banco privado con mayor volumen de depósitos en la Argentina, acaba de decir que los objetivos uno, dos y tres del país debieran ser la inflación. ¿Se entiende?
El delicado cuadro social llevó a un gremialista cordobés a advertir que “cualquier tonto puede patear la olla” y generar un desmadre social. En el plenario cegetista, lo escucharon en silencio.
Sergio Massa expuso ante el Fondo Monetario Internacional (FMI) e interlocutores privados un discurso promercado.
Pero los indicadores de los últimos meses (7,4% en julio; 7% en agosto; 6,2% en septiembre y un número más alto en octubre), lo llevaron a la orilla kirchnerista.
Ahora, los funcionarios de Massa hablan de precios congelados, de control de las ganancias empresarias y de militancia en las góndolas.
Todas son viejas recetas que pueden tener un resultado esporádico, de semanas, pero que ya se demostraron ineficaces a los pocos meses.
Massa hasta habló de “lluvia de importaciones” (al igual que Cristina Kirchner), para justificar un cepo que está haciendo crujir a la industria. En las automotrices y en la maquinaria agrícola hay serios problemas de producción.
Un botón de muestra de las idas y vueltas del Gran Bonete en el Estado: por un lado, congela la entrega de más planes sociales; por el otro, se dispone el ingreso de 11 mil agentes a la administración pública, con el enorme costo en sueldos, contribuciones patronales y burocracia que supone ese plantel.
La receta de congelar precios de los alimentos choca con la suba de costos que provocan otras medidas.
¿Alguien cree que los aumentos paritarios o a través de bonos, justificados por el alza de precios, pero sin correlato en la productividad, no impactan en los costos, que luego se trasladan a precios? Ya se conoce el ganador de la carrera.
Los combustibles subieron más del 7%, lo que afecta los costos de logística de las mercaderías.
Además, desde este mes se aplicará el descongelamiento tarifario de luz y gas natural, con fuerte impacto en las Pymes.
Para el kirchnerismo, las culpables de la inflación son las empresas multinacionales y las que abusan de posiciones dominantes.
La receta debiera ser alentar una mayor competencia, pero este Gobierno no cree en las reglas del mercado, sino en un Estado mandante.
Tampoco en abrir las importaciones, como medida temporal, porque el Banco Central carece de dólares para facilitar la competencia, en precio y calidad.
Tres desafíos. Los desafíos siguen siendo la guerra de Rusia, que desata una inflación global; la suba de precios en la Argentina y la sequía.
La falta de lluvias ya provocó la peor cosecha de trigo de los últimos 12 años. “La Niña” amenaza ahora con el mismo efecto en las de maíz y de soja.
Esos cultivos están vinculados con el ingreso de dólares por las exportaciones. Una magra recolección afectará las cuentas públicas.
La agenda de urgencias es demasiado compleja para sentarse a esperar los discursos de Cristina Kirchner, quien no responde a la pregunta del Gran Bonete.