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Por Claudio Fantini. Lula no parece aquel que fue. El político brasileño de las dos presidencias anteriores era más humilde y cuidadoso. No hacía afirmaciones evidentemente falsas. Medía más sus palabras y sus gestos. Además, se esforzaba por mantener la independencia de su país respecto a las potencias de mayor gravitación en el mundo.
El actual Luis Inacio «Lula» da Silva parece mostrar los hilos que se manejan desde el Kremlin.
“Lula tiene actuaciones abiertamente funcionales a Putin”.
Algo pasó entre las dos primeras presidencias del líder obrero y esta última, en la que tiene actuaciones abiertamente funcionales a Vladimir Putin.
Como si los instrumentos del espionaje que el presidente ruso sabe usar muy bien para hacerse del control de otros líderes del mundo, hubiesen encontrado la clave para dominar a Lula y empujarlo hacia el bloque de autocracias del Este.
Venezuela es una de las fichas que maneja el jefe del Kremlin en Latinoamérica. También China y la República Islámica de Irán tienen injerencia en ese país caribeño .
En sus dos primeros gobiernos, Lula hizo de Venezuela una plaza donde obtuvieron inmensas ganancias algunas empresas brasileñas.
Lo que no tiene buenos argumentos es la defensa que hizo Lula del régimen residual chavista.
Es entendible que el presidente de Brasil intente liderar la reinserción de ese país en la región. También tiene lógica que proponga bregar por el fin de las sanciones.
Son iniciativas que se pueden discutir, pero hay argumentos para defenderlas.
Al afirmar que sobre Venezuela se impuso “una narrativa” que distorsiona la realidad y que la visión que tiene el mundo occidental sobre el régimen de Maduro proviene de una mirada “sesgada y simplista”, Lula incurrió en falsedades evidentes.
¿De verdad cree Lula que los venezolanos no están sometidos por un autoritarismo calamitoso?
¿En serio puede creer que “es una lectura sesgada y simplista” la de los minuciosos informes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos?
¿De verdad Lula le cree más a Diosdado Cabello y el garrote de Picapiedra que blande durante sus peroratas televisivas, que a Michel Bachelet?
“Al afirmar que sobre Venezuela se impuso “una narrativa” que distorsiona la realidad… Lula incurrió en falsedades evidentes”
Para el hombre que gobierna al gigante sudamericano es cierto lo que dice el régimen que llevó a Venezuela al peor quebranto y la mayor emigración de su historia, y son mentiras las denuncias.
Entre ellas, de organizaciones de derechos humanos, como Human Right Watch y Amnistía Internacional, entre tantas otras que reportaron persecuciones, censuras y brutales represiones.
Una cosa es plantear el retorno de Venezuela a los espacios de integración regional, y otra muy distinta es victimizar a un régimen denunciado por crímenes de lesa humanidad, al decir que el mundo se guía por una mirada que distorsiona la realidad.
Cuestionar el aislamiento impuesto por Washington y el Grupo de Lima, así como las sanciones aplicadas, pueden ser discutibles, pero no es ni descabellado ni necesariamente malicioso.
Está a la vista que esa política no debilitó a la dictadura. Pero no llamar las cosas por su nombre es una señal oscura.
La palabra que define a los regímenes como el venezolano, es “dictadura”. Y no son “construcciones narrativas”, sino gigantescos aparatos represivos.
Lo único cierto que dijo el anfitrión del encuentro de presidentes en Brasilia, es que Occidente le exige a Venezuela lo que no le exige a Arabia Saudita.
Es verdad que existe ese doble rasero a la hora de tratar con autoritarismos latinoamericanos y con regímenes retrógrados y brutales como las monarquías absolutistas de la Península Arábiga.
Pero eso no borra la criminal represión que incluyó ejecuciones extrajudiciales, prisiones militares abarrotadas de presos políticos y también torturas en las mazmorras del Helicoide, siniestra mole de cemento del SEBIN, aparato de inteligencia del régimen.
¿De verdad cree Lula que una “narrativa impuesta” puede causar una diáspora de dimensiones bíblicas?