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Por Rosa Bertino (Periodista especializada en temas de Espectáculos). ¡Qué maravilla!, ¿no? ¿Alguien imaginó que nos tocaría ser testigos de un acontecimiento histórico comparable al fin de la Guerra Fría (con la caída del Muro de Berlín incluida) o a la llegada de un presidente negro…
en los Estados Unidos? ¿Y que esa causa sería la elección de un Sumo Pontífice nacido en la Argentina?
Entre tanta noticia generada por el papa Francisco (en Twitter: @Pontifex_es) todavía no hemos podido saber cuántos millones de televidentes siguieron su designación. Pero es evidente que la euforia mediática recién se desató al conocerse su nombre y perfil eclesial.
Quien lleva años en este oficio, puede asegurarles que Jorge Mario Bergoglio ha tenido mucho más rating que el fútbol y Tinelli juntos. Eso, a nivel local. A nivel global, la ceremonia del Oscar supo ser vista por unos 150 millones de espectadores. Hoy, tienen que montar un número tras otro y gastar un dineral para conservar siquiera la mitad de esa audiencia.
Como para no estar jubilosos, y contemplar con displicencia el nerviosismo de los que hace rato venían haciendo una campaña sistemática contra la Iglesia. Hay como una «bajada de línea», al menos en Occidente, apurando el fin del catolicismo. No en vano, apenas ungido el sucesor de Benedicto XVI, un conocido deslizó el siguiente comentario: “Ya le van a encontrar algún defectito …”. Luego especuló por dónde intentarían socavar al jesuita: “Le buscarán algo relacionado con la pedofilia o con chanchullos económicos o, lo más fácil, con la dictadura”. Y acertó, el buen señor.
Sin embargo, Francisco sorteó airoso la primera zancadilla. Y probablemente logrará hacer lo mismo con las venideras. En realidad, el fenómeno va más allá de cualquier orientación confesional. No deja de sorprender hasta qué punto un hecho genuino logra imponerse por sí mismo, aún en un mundo signado por el “armado” de hechos, noticias y personas.
Esto vale tanto para Angela Merkel como para Shakira: si quieren prensa, tienen que atraer a las cámaras. En cambio, al nuevo Papa la gente se lo queda mirando, incluso, se enamoró de él al verlo en la pantalla. Algo así como mil años separan a San Francisco de Asís del ex cardenal Bergoglio. En el fondo, seguimos siendo básicamente los mismos santos … o demonios.