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Por Héctor Cometto. Se les hace muy difícil estar lejos de la sangre, la adrenalina, los latidos de las emociones. Quieren mantener inmaculado el bronce de la idolatría, pero mientras el cerebro tira para atrás el alma va para adelante, hacia ese lugar único que es la arena…
… en la que todo sucede, y es aquí y ahora. Y el ayer puede ser nunca.
Jamás se llevaron bien con la comodidad y el conformismo, ni asistieron a la toma de decisiones fundamentales como simples testigos. Marcaron los tiempos en el camino al triunfo, levantaron las copas, o fueron el centro de los golpes porque si están ellos, la derrota nunca es huérfana.
Marcelo Milanesio es el gran ídolo dispuesto a volver a ser, a revivir, a intentarlo de nuevo. Si no se puede jugar para siempre, que el desplazamiento te sitúe cerca de la cancha, o en los escritorios, pero nunca en el olvido.
Vuelve Marcelo Milanesio a Atenas, en la difícil misión de coordinador, manager, asesor, un espacio que en la Argentina cada uno desarrolla como puede, peleando por no ser figura decorativa con los puestos instalados y de punta, por no ser un mero pasador de la pelota y adueñarse del protagonismo del último tiro,
Volverá y apuntalará a su hermano Mario como entrenador (ambos en la foto); tratará de coexistir con la fuerte personalidad de Felipe Lábaque como en los viejos tiempos, cuando llegaron hasta a compartir cuenta corriente.
Deja el mullido y aburguesado palco del ídolo perfecto para entrar en el vestuario a armar la base, el punto de partida de un nuevo protagonismo, suyo y de su club.
Ya nada será igual, para ninguno de los dos.