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Por Héctor Cometto. Si pudiéramos alejarnos un instante del brillo fulgurante del éxito máximo, del flash que reflejan las coronas (en este caso los anillos, es ése el testimonio que llevan para siempre los campeones) nos encontraríamos con Emanuel Ginóbili…
… y sus San Antonio Spurs en lo más alto de su cumbre histórica.
Usted dirá, pero ¿cómo, no ganó Miami Heats? Le Bron James no fue el jugador más valioso, el MVP (most valuable player)? ¿Y el bahiense no tuvo muchos errores?
Sí, todo eso es así. Y sirvió para ascenderlos a lo máximo. Porque el análisis tiene que ir más allá del resultado, si no sería trabajo de contador y no de periodista.
Esta final fue para «Manu» más importante que los triunfos en los tres torneos anteriores que ganó. Porque llevar al séptimo partido a los Heats y casi ganárselo en el sexto, obligar a The Big Three (Wade, Bosch y Le Bron) a concentrarse y esforzarse en la marca como nunca, supera nítidamente el nivel de los rivales en los tres títulos (Nets, Pistons, Cavaliers). Y lograrlo, luego de 10 años de protagonismo, y a una edad de fin de campaña de sus figuras, mucho más.
Muchos de los momentos negativos de Ginóbili en esta final coincidieron con ese férreo marcaje, con la obligación de tomar protagonismo ajeno ante los problemas físicos de Tony Parker, y siempre lo hizo sin escudarse en excusas, asumiendo el riesgo en la toma de decisiones, como todos esperaban que lo asumiera el principal competidor deportivo de la historia argentina.
Nunca un argentino llegó, como en el caso de «Manu» Ginóbili, en la cima deportiva mundial, a semejante entrega, creatividad, inteligencia, rebeldía ante la adversidad, con esa humildad y ese sentido de juego de equipo. ●