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Por Claudio Fantini. La historia lo había olvidado y, finalmente, fue él quien se olvidó de la historia, incluido su protagonismo en la creación de una democracia que unió a las dos Españas. Cuando la muerte lo llevó, hacía tiempo que Adolfo Suárez no se acordaba de Adolfo Suárez.
El Alzheimer le borró su proeza inesperada: el joven falangista que había ocupado el gobierno civil de Segovia por obra y gracia del ❝generalísimo❞ Francisco Franco, terminó siendo el artífice del mayor salto hacia el progresismo, la modernidad, el pluralismo y la libertad que ocurriera en su país.
Felipe González fue el gran continuador de la democratización que enterró el antiguo odio entre la España laica-liberal-progresista y la España conservadora, ultra-católica y autoritaria, que había reinado en los 40 años de franquismo. Sin el líder socialista, la consolidación del Estado de Derecho y de la tolerancia en pluralidad y libertad habría sido más accidentada y lenta. Pero el iniciador de la travesía hacia la europeidad democrática y moderna fue el estadista que España está despidiendo con lágrimas y agradecimientos.
El franquismo rancio y la Iglesia ultraconservadora se sintieron traicionados por el joven falangista que, se suponía, mantendría al país posfranquista en la senda por la que lo puso a transitar el “caudillo” del fascismo español. Sin embargo, al ocupar la jefatura de Gobierno por decisión del rey Borbón, Adolfo Suárez se transformó en un demócrata de pura cepa; el estadista liberal y progresista que impulsó el Pacto de la Moncloa y la legalización del Partido Comunista y de las centrales sindicales de la izquierda; el gobernante modernizador que inició el debate sobre el divorcio y que planteó el ingreso de España a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE).
El hombre que puso fin al ❝centralismo castellanizante❞ abriendo el paso a las autonomías y que terminó de sepultar al franquismo al desmontar la rígida estructura fraguada en cuatro décadas de dictadura, mediante la reforma política y la creación de una nueva Constitución.
La última vez que se describió ideológicamente, lo hizo diciendo ser ❝social-progresista y liberal❞. España ya lo había dejado de lado. Pero ese mismo país ahora lo despide colocándolo en el estante de la historia que merece Adolfo Suárez: el de los grandes transformadores.●