Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. “Yo también podría acordar con el Fondo en cinco minutos, pero no podría mirarlos a la cara a ustedes”, dijo Alberto Fernández. Una frase redondita. Mauricio Macri se la había dejado picando en la puerta del arco, cuando cometió la negligencia de decir que él solucionaba la deuda con el FMI en cinco minutos. No fue una buena idea del ex presidente, sobre todo cuando en la campaña electoral que lo llevó al poder, había prometido solucionar muy fácilmente el problema de la inflación. Pero hay peores deslices del actual Presidente.
En la presentación de un libro sobre Evo Morales, el mandatario se explayó sobre todo lo que hizo para colaborar para que Lula da Silva recuperara su libertad.
También dijo que envidia de los brasileños el Tribunal Superior de Justicia (TSJ), máxima instancia de ese país, porque “es una corte suprema digna”.
La frase sobre el máximo tribunal brasileño es como calificar de “indigna” a la Corte Suprema de Justicia argentina.
En un momento cargado de tensiones y presagios, ¿parece atinado que el Presidente ataque de ese modo a la máxima instancia del Poder Judicial?
¿Era consciente de lo que decía?, ¿o divagaba? Es posible que estuviera divagando sin pensar lo que implican las palabras que fluían de manera irresponsable y negligente.
No se explica que, por un lado repitiera que Cristina Kirchner es víctima de persecución judicial por razones políticas, y a renglón seguido le dijera a Evo Morales que siente “sana envidia” por la lealtad que le tuvo su vicepresidente.
De nuevo la palabra “envidia” imponiendo una única interpretación posible: a diferencia de Álvaro García Linera, su vicepresidenta, que es Cristina, no es leal con él.
Además, si hubiera pensando en lo que decía, habría advertido que todas sus reflexiones sobre lo que hizo Sergio Moro con Lula y sobre el estallido que derivó en la caída de Evo Morales, contradicen lo que siempre afirmó para justificar sus silencios frente a la represión y los presos políticos en Venezuela y en Nicaragua.
Todas las veces que se hay presiones internacionales para que cese la violación de derechos humanos que perpetran de manera sistemática los regímenes de Nicolás Maduro y Daniel Ortega, el gobierno de Alberto Fernández se abstiene de condenarlas.
Argumenta que sería una injerencia externa en los asuntos internos de otros países.
Denunciar lo que el juez de Curitiba hizo con Lula para que pierda la candidatura y quede libre el camino de Jair Bolsonaro al poder, estuvo bien, pero ¿no está bien denunciar ese tipo de atropellos cuando los comete Ortega, quien proscribió a siete candidatos opositores apresándolos?
Está a la vista que es mentira la justificación de la no injerencia de Argentina en las violaciones a los derechos humanos en Venezuela y en Nicaragua.
El propio Alberto se explayó largamente sobre todas sus “injerencias en los asuntos internos” de Brasil y de Bolivia. Una vez más, le faltó lucidez para darse cuenta lo que implican las palabras.