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Por Claudio Fantini. La cancillería de Uruguay convocó al embajador de Brasil en Montevideo, Antonio Simoes, para reclamar explicaciones sobre el apoyo manifestado por el presidente Jair Bolsonaro al candidato Luis Lacalle Pou, opositor al Frente Amplio. La queja correspondía. También habría actuado bien la Cancillería uruguaya si le hubiera reclamado al presidente electo de la Argentina, Alberto Fernández, por apoyar al candidato oficialista Daniel Martínez.
La queja correspondía. Es importante dejar en claro que el pronunciamiento de un mandatario o cualquier alto funcionario del gobierno de un país, a favor o en contra de algunos de los candidatos en un proceso electoral de otro país, es una injerencia inaceptable en sus asuntos internos.
Bolsonaro es el paradigma de la desubicación y el estropicio diplomático. Son algunos de los rasgos que certifican sus desequilibrios y su extremismo, además de la negligencia que le impide estar a la altura de su cargo.
Con mucha menos estridencia, Alberto Fernández también viene cometiendo una seguidilla de desubicaciones. No se trata de lo que implica Daniel Martínez y el Frente Amplio, que son un dirigente y una fuerza política respetables, incluso elogiables.
Se trata de que, de lo que implica la representación de un Estado y una Nación (y los presidentes electos ya lo hacen). Lo que piense la persona de Alberto Fernández no importa. Muchos menos si podría resultar perjudicial para la relación actual o futura del país con un otro Estado.
Los dignatarios de un país, electos o en pleno ejercicio, tienen que manejarse en términos diplomáticos. La diplomacia no es una frivolidad, sino una necesidad que tiene que ver con preservar la armonía y evitar tensiones en la relación entre los países.
Alberto F. y los intereses kirchneristas
Apoyar a un candidato extranjero o criticar a otro, es una desubicación que nada tiene que ver con los intereses que Alberto Fernández representa respecto al país.
Por el contrario, al actuar de ese modo, lo que está haciendo Alberto F. es situar a su propia persona por encima de su responsabilidad para con el país.
En el caso de Fernández, puede leerse como una sobreactuación destinada a la tribuna interna de su espacio político. Más específicamente, para agradar a sus socios kirchneristas.
Desde que ganó la elección, el presidente electo se ha dedicado a derrapar en un solo sentido. Siempre con gesticulaciones que buscan el aplauso del sector que lleva tiempo usurpando el lugar de un «juez» que sentencia cuáles son las actitudes progresistas y cuáles no lo son. El juez que se apropio del concepto «progresista» y lo define de acuerdo a sus propias conveniencias.
Fernández está dedicando demasiados gestos y palabras en su sobreactuado esfuerzo para agradar a ese “juez”.
Desde hace ya varios años en la región se impuso la mala costumbre de que los jefes de Estado actúen como amigotes y conviertan los instrumentos regionales de integración en clubes de afinidades políticas. Esa deriva, que está hundiendo la diplomacia regional, es irresponsable y peligrosa, por las tensiones que genera.
Lo que el presidente de Brasil hace con la estridencia, vulgaridad y desequilibrio de su incontinencia barbárica, Alberto F. lo hace de manera más presentable. Pero en ambos casos se trata de indebida injerencia en los asuntos internos de otra Nación. Una gigantesca y nociva irresponsabilidad.