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Por Claudio Fantini. Fue la crónica de un paso al costado anunciado. Era evidente que Alberto Fernández no sería candidato. Lo gritaban las encuestas. Su imagen es tan mala y la economía está tan fuera de control, que mantener la aspiración a buscar la reelección resultaba absurdo. Tampoco los renunciamientos de Cristina Kirchner fueron auténticos. Repasemos.
Cristina Kirchner no renunció a nada que pudiera alcanzar, sino que dio el paso al costado que la circunstancia le impone dar.
Eso hizo en 2019 al ceder la candidatura presidencial a Alberto Fernández y ocupar ella el segundo lugar de fórmula.
Si hubiera sido un renunciamiento, no sólo hubiera cedido la candidatura para llegar a la Presidencia, sino que también le hubiera permitido ejercerla, cosa que no hizo.
Cristina Kirchner saboteó desde un primer momento al Gobierno, al punto de ser la principal responsable del fracaso de la gestión que ella armó.
La vicepresidenta es como el artista plástico que destruye su obra al descubrir que no le gusta o que no salió como él quería que salga.
En este caso, lo que destruyó, lejos de ser una obra maestra, era un adefesio inútil y disfuncional. Un desastre del cual no sólo es culpable la líder del kirchnerismo.
Las ambiciones de Alberto Fernández encontraron el triste final que merecía su fallido liderazgo.
El presidente ni siquiera pudo hacer un renunciamiento que suene a gesto de grandeza.
George Washington tuvo la magnanimidad de rechazar el clamor que le pedía una tercera presidencia, al responder que tres mandatos “son monarquía”. Su renunciamiento fue fundacional del presidencialismo norteamericano.
Al general Charles De Gaulle era Francia la que le reclamaba dejar la presidencia. Aunque aplastó las revueltas del “Mayo Francés, estaba claro que su tiempo había terminado.
Pero al retirarse, el fundador de la V República no sólo dejó el Palacio del Elíseo, sino que salió, y para siempre, de la escena política.
Y cuando se encaminó al ostracismo en su vieja casona situada en Colombey-les-Deux-Eglises, De Gaulle sabía que ocuparía un estante glorioso en la historia de Francia.
Por el contrario, la retirada que ha empezado Alberto, es un retiro sin gloria.