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Por Claudio Fantini. En las cuestiones de fondo, hay grandes interrogantes. Haber pasado al rango de “alianza estratégica integral”, ¿implica que el abrazo a China es equivalente al que se dio en su momento a Inglaterra, con el pacto Roca-Runciman o el posterior a los Estados Unidos?
¿Gravitará China en los asuntos internos argentinos como lo hizo el maridaje de las anteriores potencias? ¿Puede un gobierno dar semejante giro geopolítico a pocos meses de concluir su mandato? ¿Buscará Cristina Kirchner en China un blindaje político que le garantice alguna forma de mantención del poder?
Pero antes de plantearse estas preguntas, la crítica periodística se centró en el tuit en el que la Presidenta bromeó con la forma de hablar de los chinos. Puede haber sido poco inteligente, pero no parece ni tan ofensivo ni tan significativo como para haber provocado tantos comentarios en la Argentina.
Es preocupante el elogio de la presidenta a Mao Tse-tung, y también es preocupante que haya pasado desapercibido en el país, donde lo más comentado fue un chiste poco atinado.
En todo caso, más controvertidas fueron sus expresiones sobre el extinto líder Mao Tse-tung, a quien elogió emocionada y sobre el cual afirmó que, igual que Juan Domingo Perón, se situó en una tercera posición en el marco de la Guerra Fría.
En rigor, el “tercerismo” de Mao se produjo tras la muerte de Joseph Stalin. El líder de la revolución china fue estalinista y se divorció de la Unión Soviética en la segunda mitad de la década de 1950, cuando, tras el fallecimiento del sanguinario dictador caucásico, su sucesor, Nikita Khrushev, denunció todos sus crímenes iniciando la “desestalinización”.
El estalinismo de Mao Tse-tung no sólo se debía a la ayuda de Moscú a su guerra revolucionaria contra el régimen de Chian Kai-shek y el partido Kuomintang. También había identificación en el culto personalista que ambos líderes practicaron.
Elogiar a Mao, para un gobierno que se autoidentifica con la bandera de los derechos humanos, implica desconocer el genocidio que implican las decenas de millones de muertes que dejaron en China experimentos económicos como el llamado “Gran Salto hacia Adelante” y cacerías de brujas como la «Revolución Cultural».
También implica desconocer el encarcelamiento y la pena de muerte con que se castigaba la homosexualidad y la existencia de los “campos de reeducación”, donde se recluía a quienes incurrían en la “desviación” de pensar diferente al régimen.